LA CULPA Y LA INOCENCIA EN LA DRAMATURGIA
Por Benjamín
Galemiri
Orígenes
Si
hubiera que hacer un racconto exhaustivo de mi vida, tendría
que dacir que todo comenzó en el exilio en Egipto, antes
de la salida de Moisés con el pueblo elegido por el desierto.
Trataré de ser
más modesto, y diré que luego de la expulsión
de los judíos de España en 1492, mis antepasados llegaron,
luego de errar por otros países, a Turquía, donde
vivieron en paz algunos siglos.
En Esmirna, mi abuelos,
pudieron educarse en el conocimiento de la Torá , pero también,
en el idioma francés, gracias a la ayuda de la familia Rotschild,
adinerada familia judía francesa, que ponía dinero
en la pobre comunidad judía de Turquía, a cambio de
que aprendieran el francés, hasta que las constantes purgas
entre griegos y turcos, y el antisemitismo latente, obligó
nuevamente a errar a mis abuelos hasta llegar al país más
lejano de América, Chile.
Allí llevaron
adelante una vida dedicada al comercio y a la actividad religiosa.
Mi abuelo materno,
fue un jajam, un religioso profundo de la Torá, y fuerte
influencia para mí.
Mi padre, y mi madre,
se fueron a vivir a Traiguén, donde mi padre, un severo abogado
y juez rural, tenía su consulta en el primer piso de la casa.
La ley, la dramaturgia
Estoy enamorado de mi biografía. Soy un narciso declarado
y me apasiona hurgar nuevamente aspectos desolados o exultantes
de mi vida. En cada obra nueva entrego un detalle más escabroso
de mi vida y, mientras más ilumino los detalles familiares
de mi existencia, más se ensombrecen otros.
Sé que he contado
esto quizá demasiadas veces pero siempre descubro un nuevo
ángulo: yo vivía junto a mi familia en un inmenso
caserón en el sur de Chile, en Traiguén, y mi padre
tenía su consulta de abogado en el primer piso. Obsesionado
por ese progenitor electrizante, yo me colaba en su oficina y espiaba
a mi padre mientras preparaba sus alegatos futuros ante la corte:
- La noche del crimen,
señor Brener, usted fue sorprendido con una Luger entre sus
manos aún fétidas de polvo, ¿es así
o no?
- Protesto Usía,
el abogado querellante con expreso retorcimiento está manipulando
los hechos... El acusa a mi defendido de ser un criminal, yo le
digo, usía, ¿quién no es culpable en este tránsito
por la tierra, dígame, por el amor de Dios, quién?
Manipulando los
hechos, ¿quién no es culpable en esta
tierra, eran frases comunes en la boca de mi padre.
He dicho muchas veces
pero cada vez es más verdad, que el esmerado y barroco uso
del lenguaje de mi padre, el amor desmesurado que asignaba a las
palabras, pero sobre todo su trepidante carácter (con tempestuosos
y cambiantes estados de ánimo) me enseñó lo
que era dramaturgia. Parece una paradoja tragicómica afirmar
que la violencia de mi padre (con castigos con latigazos) me enseñaron
lo que era la escritura. Antes de golpearnos (a mi hermano y a mí)
y mientras bajaba la correa hacia nuestras espaldas, mi padre monologaba:
¿Por qué me obligan a pegarle, no ven que soy
una criatura agobiada y asediada por los problemas y la angustia?
En medio de su tempestuoso
y cinematográfico carácter, mi padre era capaz de
hilvanar frases casi de dimensión euripidiana.
Mi tío Samuel
o El cielo falso
A los siete años, y con la ayuda de mi amado tío Samuel,
me colé en el ruinoso cine rotativo de Traiguén, y
pude ver, en una especie de descarga irresponsable, películas
de James Bond, Antonioni, Cantinflas, Sergio Leone, todas mezcladas
en mi cabeza, o porque las bobinas no llegaban a tiempo al proyeccionista.
Esa lógica
ilógica quedó instalada para comprender los
hechos de mi vida y de mi literatura y comencé a escribir
cuentos que parecían novelas, novelas que parecía
poemas, poemas enmascarados en obras de teatro y películas
falsas donde imperaba siempre un figura paterna todapoderosa
como Jehová en la Biblia que mi familia me hacía consumir
como sopa, una figura autoritaria y al mismo tiempo tierna, movida
por impulsos muy profundos e insondables, y casi siempre, poseedor
una verba mesiánica incontrolable y endemoniadamente persuasiva
en medio de locaciones arbitrarias, cambiantes y desconcertantes.
La mezcla de locaciones, donde se podía entrar a un film
de romanos, pasar a un filme del espacio y terminar en una locación
antonioniana, eran algo común en mi escritura, porque pensaba
que así se escribía.
Si mi padre era Orson
Welles, todo en sombras y sobrecargado hasta la angustia, mi tío
Samuel era Peter Sellers, vivaz y pendenciero. Vivía en forma
miserable pero disfrutaba de la vida en forma casi obscena. Controlaba
el comercio en Traiguén, era un capitalista desvergonzado
y alegre, fiaba a medio mundo porque le agradaba ser amado y provocaba
a los traigueninos con bromas de alto calibre y a veces demasiado
elucubradas para ser entendidas fácilmente.
Mi tío Samuel
me llevó a escribir El CIELO FALSO, con ese personaje hablador,
desprendido y temerario.
El gesto de mi tío
Samuel engañando y timando al boletero del Cine Rotativo
de Traiguén para que yo pudiera ver cine porno y cine de
autor siendo un niño, me enseñó qué
era la provocación en la dramaturgia.
Escribo obras con las
reglas del cine, superpongo locaciones y géneros. Soy un
cineasta frustrado que intenta hacer películas de Hollywood
y de cine arte en una misma cocktelera a través de la dramaturgia.
Mi padre o el poder
de la palabra
Durante las noches, mi carismático aunque agobiado padre,
sentado en su sillón Luis XV, esperaba que sus hijos le interpretasen
acordes de violín, como el Emperador y sus súbditos.
Esos acordes eran patéticos, ya que yo huía en medio
de las clases de violín gracias a un profesor borracho y
atormentado y escapaba al cine.
Pero mi padre fingía
y exclamaba extasiado: Ah, la delicia de los acordes que recuerdan
a Paganini.
Todo eso está
en mi dramaturgia, levantar discursos falsos con el fin de dominar.
¿Para qué quería dominar mi padre?
Tenía de todo.
Lo único que le faltaba quizá era liberarse de su
espantoso y explosivo carácter, estaba harto ser quien era,
y yo intuí ese talón de Aquiles, y me atreví
a imitarlo, con el temor de ser golpeado, pero mi padre reaccionaba
siempre en forma paradójica, y lo hice reír.
Mi dramaturgia responde
a ese acto reflejo, e incluso muchos años después
de su dramática muerte, en mis diálogos busco provocar
esa risa pura y cataclística de mi padre.
Mi casa como corte
de justicia
En aquel caserón donde yo vivía siendo niño
en Traiguén y en el que mi padre ejercía la abogacía
en el primer piso, lamentablemente traspasaba el estado anímico
profesional al segundo, nuestra casa, yo viví sometido a
ese ser humano tempestuoso y cambiante.
Primero, detestaba
toda clase de ruidos y odiaba las voces que él consideraba
altas y las manifestaciones demasiado cordiales.
Cualquier imperfección,
error, o inadecuación (según sus escalofriantes reglas)
causaba su ira que se desataba en la expresión de una violencia
muy patronal del sur chileno, es decir con correazos.
La prédica envolvente
de mi progenitor, que mezclaba el discurso legal con el emocional,
y la construcción hábil y a veces espeluznante de
un vocabulario preciso, socarrón, unido al gozo por el uso
manierista y lleno de adornos en el lenguaje, hicieron de mi padre
mi verdadera influencia dramatúrgica.
Mi padre sabía
muy bien controlar los intrincados y angustiosos mecanismos del
miedo a través de un habla encendida y brillante. Su concepción
moral, a veces rozando el ideal medieval, con sus conceptos censores
en temas como el sexo, la expresión de los sentimientos,
la familia, y su otro yo, con su jovialidad liberal profesional,
política, y su incansable curiosidad geográfica y
literaria.
Sin duda este padre
volcánico, a quien yo temía espantosamente y también
adoraba como una especie de Rey David poderoso y magnánimo,
marcó mi definición literaria y dibujó ese
estilo cambiante, inesperado, violento, sin reglas, que impera en
mis obras.
Más que la Poética
de Aristóteles, fue observando e intentando comprenderlo
que me hice dramaturgo.
Observando a mi padre
fue que comprendí un poco la historia de Chile y de América
Latina. Con su autoritarismo latente y al mismo tiempo con su paternalismo
con ínfulas de ternura y piedad por sus ciudadanos.
Este padre dividido,
a medias un hombre del medioevo y por otra parte más corazón
que odio, me explicó a mí el comportamiento de nuestras
sociedades.
Todas las mañanas
amanezco sintiéndome culpable y es a través del día,
de las acciones y sobre todo de las palabras, que trato de sentirme
inocente. Hasta que la culpa vuelve a instalarse en mí.
Esa tensión
es la que ha hecho mi dramaturgia y la clave que ha movido mis escritos.
A través de
mis obras, intento liberarme de la horrible sensación que
me provino luego de su muerte cuando se estrelló en su automóvil.
Pero no es la muerte
de mi padre la que intento explicarme. Es más bien su agonía.
Mi padre agonizó lejos mío, durante horas, y sé
que levantó su último discurso, el más delirante
y quizá su más hermosa obra, en la que se despidió
de todos nosotros.
Esa agonía es
la que intento explicarme a través de mis obras hasta, al
fin, lograr escuchar la palabra: Inocente.
Mujeres
A los cinco años tuve impulsos sexuales claros hacia una
dama, la más parecida a todas a Romy Schneider en Traiguén.
Algunos incrédulos, sostienen que esa muchacha más
se parecía a Virna Lisi. Pero en definitiva, qué no
hice para atraer su atención, seguí un curso por correspondencia
de hipnosis, puse a mi hermana como conejillos de Indias, para las
prácticas, y ella me hacía creer que yo era el hombre
más sexy de América Latina y el Caribe. Esa necesidad
obsesiva de agradar a las mujeres está presente en mi dramaturgia
como también el deseo de tener un padre a cualquier precio.
Soy un dramaturgo huérfano
de padre y esclavo de las mujeres y eso se paga con miles y miles
de hojas que pacientes lectores deben soportar.
Pero deseo aclarar
aquí que soy un buen esclavo. Pongo a mi mujer como testigo.
Mi tío Isaac,
el seductor
Mi tío
Isaac, que me vio muy excitado a los cinco años por las mujeres,
comenzó a trabajar conmigo con un plan de lecciones sexuales
avanzadas para conquistar mujeres. La técnica de mi adorado
tío, que relataré en escabrosos detalles en mi primera
novela, consistía a grandes rasgos en encender la química
desarrollar el rapport y finalmente propagar el charme que hay en
las mujeres. Para conquistar a una mujer, no hay que mostrarse
sino revelar a la mujer deseada. Desnudar a la mujer,
y no desnudarse. Es lo que ellas buscan, según mi venerado
tío Isaac.
Mi tempestuoso tío
Isaac sabía de lo que hablaba, el pobre no daba a basto,
y él mismo terminó esclavo del colosal harem de rubias,
morenas, trigueñas y colorinas que tejió durante sus
años de arrogante virilidad y encanto.
Esta técnica
revolucionaria que pongo aquí a disposición de mis
lectores, fue un símbolo más dramatúrgico que
sexual y me ayudó a revelar enigmas en la construcción
de mis obras teatrales más que en las relaciones con las
mujeres. Todas las herramientas las puse en mis obras, y expuse
la construcción de mis obras en exhibición a mis lectores
como en una trama sexual al desnudo: EL SEDUCTOR, por ejemplo, es
más que el intento de lograr conquistar la lengua erótica
de las mujeres, es sobre la obsesión de construir la obra
de teatro perfecta a través de las herramientas que mi venerable
tío Isaac me enseñara: química, rapport y charme.
Más que los
dos mil quinientos manuales de dramaturgia y guión, fueron
las enseñanzas de mi tío Isaac los que me llevaron
al camino de la construcción literaria.
Judaísmo
Así como todo lo que soy viene de lo chileno, todo lo que
pertenezco viene del judaísmo. Mi primera lectura y mi última
lectura siempre fue y será la Biblia.
La intensidad, las
aventuras más sagradas, y al mismo tiempo deplorables, las
encuentro en la Biblia. Todo lo de pusilánime, trepidante,
erótico, y encendido lo encuentro en los relatos bíblicos,
que para mí son permanentes, y pienso que vivimos hasta el
día de hoy épocas bíblicas.
El concepto de culpa
e inocencia que me invade durante el día, en el que amanezco
sintiéndome culpable, y a través de las acciones y
sobre todo de las palabras, intento sentirme inocente, hasta que
otra vez la culpa se instala en mí, es un reflejo cultural
bíblico. Pero lo bíblico solo tiene sentido cuando
hace sistema con Chile o con Latinoamérica.
Humor
El rol del humor en mi vida y en mi dramaturgia es equivalente al
rol del humor en mi familia. Los verdaderos humoristas son mis tíos,
quienes no sabiéndose cómicos, ponen en suspenso todo
el orden moral de la sociedad burguesa a través de sus observaciones
plagadas de una lengua manierista y ácida. El humor de mi
familia es sobre la destrucción y construcción del
lenguaje.
Moliere
El primer dramaturgo que leí fue en rigor Dios, cuando descubrí
el Antiguo Testamento: Y Dios vio que el mundo estaba en tinieblas,
y entonces hizo la luz, para separarla de la noche. Al
principio fue el verbo...
Pero el primero de
la era clásica fue Moliere. Cursaba mis estudios en la Alianza
Francesa y caí en estado hipnótico. Jean Batiste Poquelin
decía todo lo que siempre pensaba de los demás, y
procedía con una impudicia y chispa que yo envidiaba y observaba
a los seres humanos absolutamente desnudos. En todas mis obras hago
parodias y homenajes a Moliere, pero sobre todo en EL SEDUCTOR hice
mi Moliere más personal. Era el lector oficial de las obras
teatrales en la Alianza Francesa, y las leía en voz alta,
y mi preferida era Tartufo .
Francia
Ya les conté que mis abuelos se educaron en el muy refinado
Alliance Israelitte Universelle de Turquie, por lo que fue algo
absolutamente natural para mi padre inscribirnos junto con mis hermanos
en l´Alliance Francaise de Traiguén, primero, y luego
en Santiago. Soy un snob absolutamente fascinado con esa condición
y toda mi vida he luchado por ser un poco francés; todas
mis obras están recorridas por esa sed afrancesada
y me place cada vez más cuando me traducen. Aprendí
demasiadas cosas de los franceses como para ignorarlas, y mi deslumbramiento
con Moliere, Racine y Corneille fueron solo el prolegómeno
cuando quedé absolutamente choqueado al descubrir el cine
francés: primero, el cinema de qualité francais, yo
era el jefe cine-club en el colegio y proyectaba filmes de Marcel
Carné, Jean Renoir, Jean Gabin, Michele Morgan (mi primer
amor cinematográfico) y luego la nouvelle vague que me dio
vuelta la cabeza, con Ana Karina (mi tercer amor cinematográfico,
ya les contaré cuál fue mi segundo y mi cuarto). Pero
tengo una debilidad terrible por la cultura francesa y encuentro
todo bueno, incluso lo malo.
Esa ambivalencia está
en mis obras, con mis personajes que aspiran a una cultura pequeñoburguesa
y que suponen les dará poder. Al mofarme de ellos, de estos
neo-tartufos del siglo XXI, del primero que me estoy mofando obviamente
es de mí mismo.
Inocencia y culpabilidad
Cuando les decía que mi paroxístico padre llevaba
el ambiente judicial a la casa, no estaba bromeando en absoluto.
Sentados en la mesa a la hora de la comida, con mi padre, más
parecido a Orson Welles que a Richard Widmark, en sombras y en contrapicado
agudo, todos nuestros más mínimos gestos o comentarios
eran enjuiciados por el temperamento abrumador de mi agobiado padre.
Pobre, estaba harto de ser quién era, como Borges, y solo
reposaba de su manía profesional y emocional cuando yo, en
un acto de arrojo temerario y absolutamente irracional, osaba imitarlo.
Si fue la Biblia la
que me salvó la vida, fue la dramaturgia la que me recuperó
a mi padre: la imitación de su personalidad en los cientos
de espeluznantes y fascinantes detalles de su ser me devolvieron
un padre liberado de sus percutantes obsesiones y el solo hecho
de escuchar su risa o su mirada aprobatoria me decidieron a ser
un escritor.
Yo amaba y temía
horriblemente a ese ser humano escalofriante y al mismo tiempo seductor
llamado mi padre, y que tuvo la osadía maravillosa
de financiarme ¡un curso por correspondencia de cine a Hollywood!.
Cuando tenía
quince años, dos años después de haber hecho
el bar-mitzvá, que es la ceremonia de iniciación judía,
mi padre se estrelló en su auto camino a Victoria y agonizó
durante varias horas.
La agonía de
mi padre es la que quiero entender alguna vez. No su muerte. Mi
dramaturgia intenta desentrañar en esa agonía, esas
horas delirantes de mi padre, lejos de mí, y hablando como
solía hacerlo con total y escrupulosa lucidez, despidiéndose
y estructurando su última obra teatral, que sé, hubo
testigos, fue la más hermosa y la mejor construida de todas,
la que yo aspiro alguna vez llegar a hacer, y así, liberarme
de esa inmensa culpa.
Mi padre, hasta en
el momento de su agonía, me enseñó más
dramaturgia que toda la Poética de Aristóteles.
Así como amaba
pero temía mucho a mi padre, que es mi parte de tragedia
con sus sombras acentuadas, adoro a mi madre, que es la pura comedia,
y que para mí es como tener a María Callas en mi vida,
con sus cantos sefardíes y su luminosa forma de ver la vida.
También mi madre me ha enseñado lo que es la dramaturgia,
pero sobre todo, lo que es la vida.
Chile
Chile como un gran set de mis obsesiones, describir a Chile en mi
interior, de lo micro a lo macro. Primero, la dramaturgia es mi
problema, y yo estoy en esto de la dramaturgia para solucionar mis
traumas, y de pronto, soluciono los traumas de los otros.
En la Alianza Francesa,
cuando escribía mis cuentos en francés, los profesores
parisinos me los devolvían con el siguiente comentario: Exceso
de chilenismos.
Encuentro muy estimulante
el personaje del farsante, del hablador predicador que intenta levantar
una lengua sagrada cuando en el fondo es una lengua enmascarada
de mentiras. El chileno es mentiroso, como el dramaturgo. El ejercicio
del sofista, que levanta discursos falsos para engañar.
Decir mentiras para
decir verdades, decir verdades para decir mentiras.
Así me siento,
la obsesión por solucionar todo con la palabra, la retórica
infinita en el lenguaje, el juego de las verdades y las mentiras,
el agobiante sentido del humor, los arrestos autoritarios, la lucha
por el poder entre hombres y mujeres, y el deseo de agradar a la
cultura, son señales de lo chileno que están
en todas mis obras y que la recorren intensamente.
En el colegio yo era
un fan de la historia de Chile, y devoré las peripecias de
nuestros héroes patrios y la historia política, y
aunque era un excelente alumno, fue solo al estudiar a mi padre
que entendí no solo qué era la dramaturgia, sino qué
era Chile. Más que los libros de historia, es la forma de
ser mi padre lo que posibilitó comprender esta sociedad.
Autoritaria y al mismo tiempo auto-complaciente.
Pienso que la historia
de Chile y de América Latina son sus personas, no sus fechas.
La historia de Chile y de Latinoamérica es su Biblia.
Filosofía
A mediados de los 70, estudié filosofía en la Universidad
de Chile para sentirme más elegante en un mundo oscuro y
en la época más infausta de nuestra historia, pero
también porque las muchachas de Licenciatura en Filosofía
tenían una personalidad volcánica. Finalmente terminé
casado con una filósofa, también artista visual, porque
me encantan las muchachas que te hacen la vida complicada.
La imagen paterna nuevamente:
la necesidad de acceder al conocimiento a través de la lucha
por el poder.
La filosofía
te permite conocer mujeres. La filosofía es como entrar al
templo Shaolin y salir cambiado. La filosofía es como entrar
a la Tierra Prometida.
Nunca serás
el mismo después de haber estudiado la filosofía antigua.
Nunca serás el mismo patán después de haber
leído a Spinoza. Un solo diálogo de Platón
es más dramaturgia que todo Chejov.
A través de
mis obras, he intentado instalar un discurso tramposo, lo sé,
del que aspira a transformarme en una lengua sagrada o filosófica.
EL CIELO FALSO o EL
TRATADO DE LOS AFECTOS es mi respuesta a Gorgias de
Platón o Etica de Spinoza.
¿No les dije
que era un snob profesional?
Sexo y poder
Veo la política desde una perspectiva erótica. Veo
el erotismo desde una perspectiva política. El día
que el hombre y la mujer depongan su lucha por el poder al interior
de la pareja, esta sociedad se mejorará.
La vida sexual de las
mujeres y de los hombres es el sustento filosófico de nuestra
forma de conducta de poder en nuestras sociedades.
Estoy muy ocupado en
comprender la lengua erótica para entrar en el lenguaje sagrado
con las mujeres que, al año, dura catorce segundos nomás,
pero ése es el paraíso.
Ahora paso a narrarles
que mi segundo amor cinematográfico fue Mónica Vitti,
y el tercero, Claudia Cardinale.
Jerry Lewis
Cuando digo
que Jerry Lewis (en su etapa en solitario) es un genio del cine,
la gente me observa incrédulo. Yo era un niño en Traiguén
cuando vi El botones y luego El profesor chiflado,
y salí enamorado de ese cineasta contestatario, revolucionario,
adelantado y magnético. Lewis fue el primero en instalar
el concepto de destrucción del lenguaje en el
cine americano. Antes que Woody Allen, antes que Mel Brooks, y mejor
que Groucho Marx. Lewis instaló además el tema del
hombre y la mujer y el psicoanálisis en una sociedad poscapitalista.
Lewis es el pre-Antonioni y el neo-Moliere. No discuto aquí
la genialidad de Antonioni (que adoro), digo que Lewis fue el primero.
Es verdad que muchos confunden a Lewis con el que hace morisquetas
o el amigo (enemigo) de Dean Martin, pero en verdad Lewis es el
maestro que hizo Tres en un sofá, El bocón,
Smosgarsbord, Trabajando duro, cintas que
le valieron la admiración profunda del Cahiers du Cinema
y la legión de Honor del Gobierno francés. Y ya saben,
los franceses saben de qué hablan.
Woody Allen
Es cierto que he hablado
mucho de la influencia que tuvo en mí Jerry Lewis. Reconozco
mucho esa carga, pero también debo reconocer que un lapsus
extraño me hizo olvidar mi otra gran influencia del humor
azquenazi norteamericano: Woody Allen. Cuando vi La última
noche de Boris Grushenko tuve un pre-infarto y sentí
que ese creador extraordinario había salvado mi vida.
Amé esa película
y la siguiente y la siguiente y todas las que le siguieron. Solo
no le perdono Interiores, La rosa púrpura
del Cairo, Todos dicen que te amo, cintas que
hace para congraciarse con un público burgués que
no ama su verdadero cine. Pero Woody es el post-Chejov instalado
en una sociedad neo-capitalista y es el notable filósofo
pop que te hace tu vida elegante y sublime y te hace sentir que
puedes ser un casanova y conquistar mujeres aunque midas apenas
un metro setenta centímetros y seas judío o latinoamericano.
Woody recuperó
al Cantinflas que todos llevamos dentro pero lo sofisticó
y lo elevó a una categoría pequeñoburguesa
ilustrada y snob que me gusta defender.
Woody me enseñó
a comprender a las mujeres. Algo que ni siquiera Bergman (a quien
adoro) había logrado.
Fellini, Godard, los
westerns, James Bond
Después de Lewis, Fellini me subyugó, cuando vi La
Dolce Vita casi me desmayo. En esa época, yo adoraba
los westerns de Sergio Leone, y Godard, y James Bond. Tengo una
visión ecléctica del cine y de la vida.
Cine
En la Facultad de Filosofía en la Universidad de Chile hacía
cortometrajes, y lo que más me gustaba era hacer casting
de actrices.
Logré flirts
con al menos tres actrices de mis cortos. Los cortos eran horribles
pero todo lo que pasaba alrededor era divino.
Una de las actrices
que elegí me acusó de ser excesivamente bergmaniano.
Ahora todos quieren
ser bergmanianos. Bergman tenía razón: debajo de la
política estaba el sexo y la religión.
El hombre y la mujer
solos frente a Dios. La sola imagen me hace temblar pero me da esperanzas
también.
Es lo que busco en
mis obras, dejar al hombre y la mujer sin parafernalia frente al
Creador.
Los 70
En épocas
de dictadura, donde ser artista era ser terrorista y no había
eco, estrenaba mis películas en los livings de las casas
y me daba premios a mí mismo. De alguna manera siento que
hice el circuito de los festivales internacionales completo, y gané
Cannes y Venecia, sin haberlo hecho.
En esa época
filmé un corto Mutis y quise hacer un remake
falso de Aguirre o la Ira de Dios de Herzog, a quién
amaba en esa época.
Después hice
El jardín de la selva imitando a Kubrick en La
naranja mecánica. Todas mis películas de esa
época son la respuesta irresponsable y patética de
grandes películas. Con Mónica pórtese
bien intenté hacer un Ultimo tango en París
en el barrio Vitacura. Verdaderamente hice cosas sin sentido en
esa época. Veinte años después, todo eso lo
puse en mi dramaturgia y adquirieron sentido.
Arrabal
Cuando conocí al dramaturgo Arrabal tenía diecisiete
años y caí literalmente en estado de trance. Estrené
por primera vez en Chile el El arquitecto y el emperador de
Asiria, que puse en escena en el Chileno Francés durante
varios meses.
La impresión
que me produjo Arrabal fue tan sísmica como la que debe haber
producido Picasso en los pintores de aquella época. Arrabal
inventó todo o casi todo, con su impresionante soltura, fusión
de géneros, y estilos, y sobre todo con su poderosa impronta
poética y cómica, que dejaba exhausto. La genialidad
escritural de Arrabal ejerce sobre mí aún una influencia
que no se ha extinguido.
Los 80
Hice cine, documentales y guiones. Trabajé para Naciones
Unidas como documentalista y guionista y aprendí temas que
en el colegio despreciaba. Al final, todos esos temas los puse en
mis obras.
Esa es la gracia de
mi sistema dramatúrgico. Todo sirve. El artista
del siglo XXI no sabe por dónde vendrá el milagro,
por lo tanto debe convocar todas las influencias.
Los 90
Me venían bien los 90, para vomitar. Saqué esas obras
una tras otra sin importarme nada, era políticamente incorrecto,
y nunca me importó.
Sencillamente me puse
a escribir y salieron esas obras. Hubo gente que me dijo que eso
no era teatro, y la verdad, es que nunca pensé hacer
teatro. Pensé que la dramaturgia era escribir como
yo escribía.
El estado de alegría
irresponsable que sentí es lo único que recuerdo.
Siglo XXI
Pienso que
cada vez más voy en camino a la prédica.
Debajo de mis obras
cínicas hay un moralista.
Escribo como si tuviera
noventa años, recordando cada vez más mi infancia
y aferrado a mis tótems. Soy un viejo a los cuarenta años,
y me alegro.
En la Biblia, un ser
humano recién tiene derechos a los setenta años.
La moral del autor
A menudo,
en mis clases o talleres de dramaturgia, hablo de la moral. Mis
alumnos piensan que estoy hablando de la Torá, tienen algo
de razón, pero la verdad es que estoy hablando más
bien de la construcción del mundo de una obra.
Una obra de teatro
es un sistema literario que tiene sus propias reglas y leyes.
En esa oferta filosófica,
el autor propone un sentido final a su discurso, el que deben soportar
los personajes.
Ese destino puede ser
paradójico o falso, pero debe corresponder a un aparataje
moral que haga sistema con la obra propuesta y que se manifestará
obra tras obra.
Para mí, lo
que hace andar una obra y la sociedad entera, no son tanto sus acciones
como su sistema moral.
No creo tanto en las
peripecias como en el entramado filosófico.
La vida como un
falso remake
Como expliqué
al comienzo, escribo por motivos narcisos, pienso que nadie que
no esté enamorado de su biografía puede escribir algo.
Pero para decir unas cuántas verdades hay que saber mentir.
El ensimismamiento
ha hecho surgir de mí el maná. Estaba convencido de
que mi escritura era de guetto y de pronto, se transforma en metáfora.
Tengo algunas cosas
pendientes que solucionar.
Una dramaturgia que
dice una cosa por otra. Entrar por la puerta equivocada y hallar
el milagro por oleadas sucesivas.
Intentando construir
una obra paradigmática que encante a todos.
Construí una
poética a la fuerza, para agradar a los demás, pero
terminé con un universo. Para poder decir verdades tuve que
mentir. Torcí mi vida para enderezarla.
Por eso escribo muchas
obras de teatro en una sola, disparos contra la bandada en busca
de la obra ideal.
Por eso propongo hacer
un falso remake de nuestra vida partiendo de las herramientas biográficas
pero pervirtiéndolas hasta un grado en que todo lo común
se troca en símbolo.
El dramaturgo culpable
Ya les dije
que mi dramaturgia es una respuesta a mi sensación de culpa
permanente frente a los actos fallidos que cometí o pensé
que cometí frente a mi padre. Espero con ansias el día
de la condena, y escuchar la palabra Inocente y dejar
de vivir la vida como un tribunal, siendo juzgado eternamente por
todos mis actos.
Mi mujer me dice que
más me vale no ser declarado inocente, porque entonces dejaré
de escribir.
Hasta de eso me siento
culpable.
BENJAMIN GALEMIRI.
Estudió Licenciatura en Filosofía en la Universidad
de Chile. Durante algunos años escribió guiones y
realizó cortometrajes. Como dramaturgo, ha escrito hasta
el momento unas quince obras, destacando, "Das Kapital",
"El coordinador", "El solitario", "Un dulce
aire canalla", "El seductor", " Jethro o la
guía de los perplejos", "El tratado de los afectos
", "El amor intelectual","Edipo-Asesor",
entre otras. Ha sido distinguido con los premios más importantes
de la dramaturgia chilena, dos veces Premio Municipal de Literatura,
dos veces Premio del Consejo Nacional del Libro, Premio Mejor Dramaturgo
de la Asociación de Periodistas de Espectáculos, entre
otros; ha obtenido la Beca de la Fundación Andes, varias
veces la beca Del Fondo de Desarrollo de la Cultura y las Artes
del Ministerio de Educación. Sus obras han sido traducidas
al inglés, francés, alemán e italiano, ha sido
representado en Europa, Estados Unidos y varios países de
América Latina.
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