PRESENCIAS LATINOAMERICANAS
EN LOS ESCENARIOS ARGENTINOS
Por
Ana Seoane
Desde
el inicio de la historia del teatro argentino, los dramaturgos que
primero llegaron al Río de la Plata fueron obviamente los
españoles. Al poco tiempo también se conocieron las
traducciones de autores franceses e italianos. Esta mirada al exterior,
sobre todo orientada hacia Europa, se mantuvo durante siglos. Luego
vino la otra conquista, la norteamericana. Nos invadieron los creadores
de esa nacionalidad, a veces con el gran talento que conllevan los
nombres de Eugène ONeill, Arthur Miller y Tennessee
Williams, en otros casos también tuvieron un lugar de privilegio
los célebres comediantes como Neil Simon. La pregunta que
surge es qué pasa con los otros autores, los de América
Latina.
En la ciudad de Buenos
Aires se fueron conociendo algunos como fue el caso de José
de Triana, de Cuba, sobre todo su texto La noche de los asesinos
de 1966. Desde Caracas llegó la dramaturgia de Isaac Chocrón
en los 60 con Tric-trac, en la otra década, La
revolución y más cercana en el tiempo, Simón,
estrenada por Francisco Javier con un elenco encabezado por Jorge
Suárez y Santiago Ferrigno. En los 70 comenzó a estrenarse
a José Ignacio Cabrujas, así Acto cultural
o El día que me quieras. También Rodolfo
Santana con La empresa no perdona un momento de locura
es otro autor para tener en cuenta y más aún esta
obra que ya tuvo varias versiones en Buenos Aires. Al denominado
Nuevo Teatro Venezolano con los ya nombrados José Ignacio
Cabrujas, Isaac Chocrón, Rodolfo Santana, hay que sumarle
la personalidad de César Rengifo.
En estas últimas,
décadas la capital argentina conoció la dramaturgia
del uruguayo Víctor Manuel Leites, ya que su Doña
Ramona presentó varias versiones, incluso en fechas
muy recientes, como en 1999 y en el 2000. Esta pieza de 1982 que
resultó un éxito en Montevideo y que recibiera el
célebre premio Florencio en su categoría opacó
sus otras creaciones también importante como El chalé
de Gardel. Otro nombre clave es el de Mauricio Rosencof, ya
que varios son los textos conocidos en Buenos Aires, así
Los caballos y El saco de Antonio.
Uno de los autores
adoptados por la Argentina es Jacobo Langsner, nacido en Rumania,
vivió hasta adulto en Montevideo y en la actualidad reside
en Buenos Aires. Conoció el éxito en 1963, cuando
Inda Ledesma y Lautaro Murúa interpretaron Los artistas.
Desde 1958 se habían conocido algunos de sus textos, estrenados
casi simultáneamente en las dos capitales, esto sucedió
con Los elegidos y casi la misma suerte corrió
Un inocente adulterio. Pero su creación más
difundida y casi emblemática de su producción es Esperando
la carroza, a la que él define como grotesco.
Incluso fue llevada al cine con el mismo éxito teatral y
hoy representa un clásico rioplatense. Primero la estrenó
la Comedia Nacional Uruguaya, en 1962, con dirección de Sergio
Otermin. Más tarde, en 1974, se conoció otra versión
en el Teatro Circular de Montevideo, con puesta en escena de Jorge
Curi.
Aunque se lo asocia
inmediatamente con otro tipo de literatura, Mario Benedetti es un
autor que ha entregado algunos textos al teatro. En Argentina su
Pedro y el capitán conoció distintas versiones.
Lo mismo le ha sucedido a Eduardo Galeano, ya que sus cuentos han
integrado casi siempre algunos de los espectáculos de narradores
orales, que marcan un tipo de teatralidad en Buenos Aires. Tanto
Ana Padovani, Ana María Bovo, como Juan Carlos Puppo, siempre
han elegido alguno de sus relatos para sus propuestas escénicas.
Sería injusto
no recordar a algunos directores uruguayos que han trabajo en estos
escenarios porteños y los otros, los que han marcado por
distintas circunstancias. El caso más emblemático
es el de don Atahualpa Del Cioppo ya que su estética e ideología,
como creador del grupo El Galpón marcó a varios artistas
argentinos que residieron en Uruguay. Sus puestas brechtianas fueron
citadas y recordadas por varias generaciones de argentinos. Hay
que subrayar que su puesta en escena de El círculo
de tiza caucasiano de Brecht recibió el Premio Talía,
en Buenos Aires, durante la temporada de 1959.
En menor medida, pero
con cierta continuidad de trabajo está la presencia de Marcelino
Duffau, quien fuera director delegado del CELCIT durante cinco años
(1981-1986) en Montevideo. En 1984 estrenó en el teatro Planeta,
La empresa no perdona un momento de locura del dramaturgo
venezolano Rodolfo Santana. En los 90 dirigió Ay, Carmela
de Sanchis Sinisterra, en el teatro Margarita Xirgu, con Virgina
Lago y Luis Rivera López. Su amor por nuestro país
se ve reflejado en la cantidad de títulos argentinos que
ha estreno en Uruguay, así: Proceso a Juana Azurduy
de Andrés Lizarraga, Camaralenta de Eduardo Pavlovsky,
Papi de Carlos Gorostiza, Extraño juguete
de Susana Torres Molina y varias obras de Eduardo Rovner, entre
ellas, Y el mundo vendrá.
En su doble responsabilidad
de actor y director, Carlos Muñoz (Uruguay, 1924-Buenos Aires,
1992) dejó recuerdos inolvidables y se los consideró
un porteño más. En Montevideo había conocido
a Armando Discépolo y otros creadores de los que se sentía
influido, pero su debut como puestista en esta orilla del Río
de la Plata fue con Doce hombres en pugna, en la temporada
de 1962. En 1963 ya forma parte del elenco de la Compañía
de Luisa Vehil. Trabajó como actor en varios espectáculos
del Teatro General San Martín y se transformó en un
compañero de elenco casi inseparable de la actriz Thelma
Biral. Todavía es un ejemplo de unipersonal, una de sus últimas
creaciones, titulada La noche de Oscar Wilde, donde
él le rendía un gran homenaje a este creador y que
realizó durante dos temporadas seguidas (1986/1987).
Sería imposible
no asociar al teatro uruguayo con la presencia de la actriz y directora
China Zorrilla, quien desde la década del 60 reside en Buenos
Aires. Ella ha interpretado numerosas obras, entre ellas la de su
compatriota Jacobo Langsner. Como puestista por lo general le ha
tocado hacerse cargo de textos extranjeros, ya sean norteamericanos,
como Perdidos en Yonquer de Neil Simon, como también
clásico vodevilles como La pulga en la oreja
del francés Georges Feydeau.
La historia de la Argentina
con Brasil parecería marcar un inicio de entrecruzamientos
a partir de los estrenos de Las manos de Eurídice,
unipersonal de Pedro Bloch, en los años 50 y La zorra
y las uvas drama en tres actos de Guiherme Figueiredo. Veinte
años después Augusto Boal subyugó a los teatristas
argentinos con textos teóricos casi imprescindibles: Teatro
del oprimido y otras poéticas políticas (1974)
y Técnicas latinoamericanas del teatro popular
(1977). Tal vez su exilio en Buenos Aires desde 1971 hasta 1976
haya tenido mucho que ver en la difusión y el conocimiento
de sus ideas.
Para los argentinos,
Chico Buarque es sinónimo de música más que
de teatro, pero su obra La ópera del malandro
fue estrenada en la década de los 80 con bastante éxito.
En los 90 se dieron a conocer otros dramaturgos, donde fue muy importante
la tarea de los traductores y directores, como es el caso de la
casi dupla integrada por el brasileño Miguel Falabella y
el argentino Víctor García Peralta. Citar los títulos
es un riesgo, ya que muchas veces no coinciden con el original en
portugués, ya que el puestista, amigo y también traductor
logra captar a los espectadores con oraciones que recuerdan temas
musicales como Nosotras que nos habíamos querido tanto
o interrogaciones Cómo se rellena una bikini salvaje.
La influencia de los
dramaturgos chilenos tiene una historia más amplia en la
Argentina. Es notable la cantidad de estrenos que se han producido
en las provincias más cercanas a la cordillera, como es el
caso de Mendoza, San Juan y San Luis. Sería difícil
hallar a alguien que no haya asistido a alguna de las funciones
de El cepillo de dientes de Jorge Díaz. Es imposible
contar la cantidad de versiones que se han estrenado de este clásico
chileno. En gran parte, porque este juego de dos actores, una pareja
que vive peleándose y reconciliándose permite múltiples
interpretaciones y se transforma en un espectáculo ideal
para cualquier grupo teatral que quiera iniciar una gira. Mínimos
elementos, máxima teatralidad. Una fórmula clave.
Otra pieza suya importante es El lugar donde mueren los mamíferos,
también de los inicios de la década del 60, que se
ha presentado en varias ocasiones, en distintos escenarios argentinos
muchas veces incluso con otro título y con muchos cortes.
En una década
más cercana como es la de los 80 aparece un dramaturgo, actor,
director y psiquiatra que tiene muchísimos contactos con
la realidad argentina: Marco Antonio de la Parra. Es casi el Eduardo
Pavlovsky del otro lado de la Cordillera. Los teatros de Mendoza,
San Juan, San Luis y Buenos Aires se disputan el privilegio de sus
textos. Fue Francisco Javier uno de los primeros directores en elegirlo,
cuando estrenó La secreta obscenidad de cada día,
en 1984. Texto que no ha perdido ni su actualidad, ni su vigencia,
como lo confirma el que esté presente en varias carteleras
teatrales. El grupo Gente de Teatro de San Luis, primero lo estrenó,
y luego lo trasladó a Salta, ya que fue el espectáculo
seleccionado para representar a su provincia en la XVI Fiesta Nacional
del Teatro. También, aunque un poco más lejano en
el tiempo, se conoció en el teatro Nacional Cervantes Ofelia
o la madre muerta (es el verdadero título) que dirigió
Jorge Hacker. En el 2000, en la ciudad de Buenos Aires se estrenó
otra obra suya, Monogamia, con dirección de Carlos
Ianni, en la sala del CELCIT. Tal vez sus planteos con fuertes críticas
al núcleo familiar y a la sociedad que lo engendra hicieron
de Marco Antonio De La Parra un autor querido y muy representado.
Las provincias cuentan
con cierto privilegio. La cercanía con Chile hacen que tengan
una relación más fluida con estos autores. Por esto
no debe sorprender que Benjamin Galemiri ya es conocido en las capitales
ya citadas, mientras que en Buenos Aires no lo es aún. Una
de las características más importantes de su dramaturgia
es el riesgo que implican sus puestas en escena, ya que él
siempre imagina espacios distintos para la acción dramática,
desde una agencia de automóviles (Das Capital)
o un ascensor (El coordinador) hasta las altas cumbres
(Un dulce aire canalla), por sólo nombrar algunos
ejemplos.
En el norte de la Argentina,
léase Salta y Jujuy, imperan las adaptaciones teatrales sobre
textos de Gabriel García Márquez, sin olvidar la presencia
de varios autores cubanos como Triana.
Se puede asegurar que
en estas dos últimas décadas la relación con
los creadores latinoamericanos se fue consolidando, tal vez el plano
político haya presionado, porque casi todas las dictaduras
se han terminado en el continente. Esta libertad de las democracias
permitió reforzar un vínculo natural, desde lo geográfico
y, también básico, desde lo social. En estos tiempos
las venas abiertas de América Latina, como escribía
Galeano, parecen haberse transformado en vasos verdaderamente vinculantes
donde el realismo mágico todavía tiene mucho por expresar.
ANA SEOANE. Licenciada
en Letras (UBA) periodista y crítica teatral. Ejerce la investigación
teatral y el periodismo de espectáculos desde 1983. Realiza
colaboraciones también en Uruguay (Radio Carve) y España
(Revista ADE-Teatro). |