LA RESCRITURA DRAMATÚRGICA
Por Domingo
Ortega
La
rescritura dramatúrgica es uno de los aspectos de la investigación
teatral en la que estamos inmersos en este momento dentro del Proyecto
Teatral Trasatlántico (que se está construyendo entre
Chile y España), y que ya se iniciara en los trabajos anteriores
realizados por el Grupo de Investigación Teatral Blenamiboá,
teniendo su más importante proceso gracias al encuentro con
el actor y dramaturgo Marco Antonio de la Parra, y un muy grato
impulso en el curso que se llevó a cabo en el CELCIT de Buenos
Aires en septiembre de 2000. En este viaje hacia la palabra del
actor -o Ulises-, hemos podido ir observando el idioma construido
en una y otra orilla y sus características, con distintos
acentos o formulaciones, como base de la creación teatral
y con la sorpresa renovada de que las lenguas siguen siendo la república
imaginaria (y por tanto, libertaria) de los pueblos.
Sabemos que el texto
per se no es teatro, que se vuelve teatro por la utilización
que de él hacen los actores, es decir, gracias a las entonaciones,
a las asociaciones de sonidos, a la musicalidad del lenguaje. Hacia
un teatro pobre, Jerzy Grotowski
Sabemos
Encontramos
mucha información, acarreamos la pedagogía de un siglo
de luces y cinematógrafos, somos hijos de la cita, hermanos
de la referencia. Somos cleptómanos irredentos. Tenemos,
sino todo, mucho.
Sabemos
pero
no sabemos empezar. Y además, la memoria, el único
destino entre la vida y la muerte que diría Carlos Fuentes,
nos pesa demasiado en el avión de la esperanza. O una o la
otra, nos decimos, y suele perder la memoria. Y con ella el teatro.
Puede que el texto
per se no sea teatro, pero per se ni las entonaciones, ni las asociaciones
de sonidos, ni la musicalidad del lenguaje tampoco son teatro. El
actor, en la alquimia de su cuerpo, transforma la idea en acción.
El impulso y la acción son concurrentes: el cuerpo
se desvanece, se quema, y el espectador sólo contempla una
serie de impulsos visibles. (Grotowski)
La extracción
de esa idea -piedra de la locura- de lo escrito (o quemar el cuerpo)
se hace convocando la acción y las ganas, pasión del
imposibilitado. Es el acto, litúrgico o sacrílego,
de la dramaturgia. Dramaturgia: componer un drama. Drama: acción.
Componer la acción. ¿Qué es eso? Rescribir
lo escrito.
Hablo pues de la idea
como fundamento primero del teatro. Hablo pues del pensamiento,
el entramado de ideas, o necesidad espiritual del decir. Del pensamiento
del dramaturgo y del actor, que es el mismo pero es diferente.
La pedagogía
teatral ha observado distintos caminos de acceso para los actores,
(el cuerpo como materia, la emoción como base, la voz necesaria,
la imagen como estructura, las intenciones como paleta de claroscuros
)
pero sólo los actores han entrado en un estado elevado de
espíritu -o arte- de la mano de idea y acción. Un
hombre que se encuentra en un estado elevado de espíritu
utiliza signos rítmicamente articulados, empieza a bailar,
a cantar. Un signo, no un gesto común, es el elemento esencial
de expresión para nosotros. (Grotowski)
La vuelta a la idea,
al pensamiento, es recoger la necesidad perdida del arte. Tanto
la minuciosidad del encuentro con la técnica dramática
buscada en las escuelas de teatro, en el mejor de los casos, o la
intervención al texto sin las categorías requeridas
realizada por parte de directores de escena y/o versionadores, en
el peor, han perdido en muchas ocasiones esa oportunidad íntima
del que empieza a bailar, a cantar. No se ha rescrito el texto quemando
el cuerpo, humildad del ave fénix, sino que se han impuesto
formas, así se hace (en el mejor de los casos)
o así quiero que lo hagas (en el peor).
¡Cuántas
veces he oído a maestros, grandes maestros, decirle al actor
alumno, a la actriz alumna: No pienses, ¡hazlo!
Me costó años entender lo claro de esta frase y muchos
más años despegarme del oscuro grito, a veces dañino,
de aquél que me pedía ser tonto. No está mal
esto del ser tonto, aunque -advierto- no por ello sea menos doloroso.
Ser tonto, idiota, para un actor debe ser un acto consciente y determinado,
y vehemente, que provenga del pensamiento. Hacer sin pensar no sólo
es peligroso, sino que imposible. No conozco ningún buen
actor o buena actriz que no sean inteligentes, con esa inteligencia
sin tratados bajo el brazo, con la gracia en la sonrisa y la sorpresa
en los ojos. Estos actores reconstruyen el tiempo cada noche, y
en los ensayos se admiran de lo que encuentran, a veces hasta el
dolor. Pero siempre piensan lo que dicen eso que otros han escrito.
Incluso llegamos a no saber quién es el autor. Queman su
cuerpo y el del dramaturgo.
Rescribir no significa
suplir, ni poner ni quitar, sino levantar la palabra, la misma palabra
escrita, buceando en el pensamiento del dramaturgo. Siempre cito
(hijo de la cita, hermano de la referencia) estas dos frases de
Federico García Lorca: "Dentro de la palabra estrellas
están todos los cielos nocturnos que han sido y serán",
junto a aquella famosa "El teatro es la poesía que se
levanta del libro y se hace humana." Y no me canso de citarlas.
Encuentro -setenta, ochenta años después- la raíz
clara del pensamiento, en muchas ocasiones olvidado por artistas
y teóricos. Acarreamos el lenguaje labrado de siglos, producto
de un cuerpo que crece o mengua según las necesidades socio-fisiológicas
de un mono que se va poniendo en pie. Y este lenguaje, construido
de aire y carne, es la constatación final del que piensa.
Pienso porque hablo. Hablo porque existo. Y si escribo, es porque
quiero hablar a partir de ti, para que me pienses, me discutas,
me existas. Para que me rescribas.
Si yo escribo la palabra
estrellas como autor, tú, actor levantarás
un cielo del libro haciéndola humana, y con ella, levantarás
la historia de cada espectador tras la palabra.
Estar preparado para
esta rescritura es pensar. Actuar es pensar, al contrario de lo
que muchos dicen y escriben. Pensar aquí y ahora con el cerebro,
el cuerpo y el alma. Fundar las nuevas imágenes del repertorio
de la vida de tu personaje. A partir de estas imágenes, habrás
liberado el tiempo y el espacio en la dimensión de la palabra.
Romeo será un arquitecto enamorado, Julieta albañil
de su propio poema enamorado. Y repito: Un hombre que se encuentra
en un estado elevado de espíritu utiliza signos rítmicamente
articulados, empieza a bailar, a cantar. Un signo, no un gesto común,
es el elemento esencial de expresión para nosotros.
Entonces el baile comienza en el pensamiento, a partir de la imagen
que te convoca la palabra del dramaturgo, y el pequeño, o
gran, impulso quemará tu cuerpo para que al desvanecerse,
un signo, no un gesto común, deshaga el nudo
del tiempo en el espacio creado entre el espectador y tú,
liberando el ritual o comedia que nunca antes pudisteis pensar o
imaginar ni tu ni el autor. El No pienses, hazlo, se
convierte en No pienses antes de pensar. Ahí
comienza la rescritura. En el presente.
El pensamiento, en
el presente, libera la memoria oculta en las palabras, en el idioma
emocional del que participamos. Esa memoria es distinta al recuerdo.
La memoria se comparte, y es territorio común. El recuerdo
es privado, y mostrarlo sería exhibicionismo.
- El actor que está
despertando su pasado personal en imágenes adecuadas a la
situación del personaje, ni baila ni canta. Nunca podrá
quemar su cuerpo en impulsos visibles, y mucho menos se entenderá
el texto. Oiremos una emoción, que será seguramente
"verdadera", y que al actor le dolerá (posiblemente
mucho), y no queramos saber cómo volverán a casa él
y el espectador.
- El actor que trabaja
el presente crea, despierta, la memoria, que es colectiva. Inicia
el rito buceando en la partitura de signos que ha ido desgranando
a partir del texto en los ensayos con ese esquema pensamiento-imagen-acción-cuerpo-espacio,
para deshilachar el tiempo, verdadera relación entre el espectador
y el intérprete, que vuelve a producirse esta noche y la
próxima.
Y ése es el
verdadero rito del teatro, que todos conocemos y tememos. El hombre
que danza y baila por impulsos momentáneos está viviendo
la ritualidad en su propio ser, y quizá alcance ese día
a otras personas. El teatro es social, y por lo tanto debe desarrollar
su esfuerzo de crisis entre la escena y el público hacia
el futuro.
Para ello, en su partitura
el actor debe apresar las claves que le muevan a la recreación.
Es la rescritura de su rescritura dramática. Si la palabra
que hemos tenido que rescribir encierra el pensamiento y la imagen
del dramaturgo, la línea lógica de acción encierra
el mundo imaginativo del actor en esa rescritura.
En cualquiera de los
dos casos, el presente no podrá ni detenerse en un recuerdo
ni sobreseerse por obvio. La línea lógica de acción
de una partitura es una suerte de fotogramas, que si eliminásemos
en partes podría saltar en la pantalla de una escena a otra.
Igualmente, cada una de las acciones de una partitura escénica
encierra una idea, un momento creativo de tanta importancia para
la creación del personaje, que suspenderlas significa eliminar
la continuidad de la lectura.
Esta es la alianza
del actor: el presente es mi trabajo y el pensamiento mi material.
Es un compromiso entre
lo escrito y lo dicho, o rescritura dramatúrgica.
Levantar la poesía
y hacerla humana tiene de algo de dios y mucho de obrero.
Es la posibilidad social
de encerrar el tiempo, detenerlo.
Es el destino entre
la vida y la muerte.
¿Dónde
esta el héroe?
Cinco minutos, y a
escena.
DOMINGO ORTEGA.
Actor y director. Formado en la Real Escuela Superior de Arte Dramático
de Madrid. Los trabajos con el grupo de investigación teatral
Blenamiboá han sido: El maleficio de la mariposa,
de Federico García Lorca, La noche de los asesinos,
de José Triana y Trabajos del amor perdido de
Verónica Fernández. En el Proyecto Teatral Trasatlántico
los montajes han sido: Madrid/Sarajevo, de Marco Antonio
de la Parra, La Defense, de Juan Claudio Burgos y Antes
que todo es mi dama, de Calderón de la Barca. Todos
estos trabajos escénicos, junto a talleres monográficos
y cursos que se ofrecen en Blenamiboá y el Trasatlántico,
tienen un espacio de reflexión teórica en la revista
de teatro y otras artes Ophelia.
|