EDITORIALES
Volver
CHACALES DE LA TROMPETA CULTURAL
Por Gustavo Ott

Una Asociación Cultural solicita 20 mil dolares para adquirir un piano Stainwey . El Alcalde o Gobernador o Ministro desestima la compra e invierte los recursos para apoyar la realización de un evento de danza, teatro o música sinfónica. Aparentemente hay allí una decisión sensata entre dos opciones también sensatas. Sin embargo, el evento termina pronto mientras que el piano Stainwey, que ya nunca vendrá, tenía vida garantizada por 99 años. Cinco generaciones habrían tenido acceso al instrumento que fue desechado por algunas horas triunfales de música o teatro en el parque.

Este caso, de simpleza escalofriante, lo cito para ilustrar una actitud que hoy es dogma de fe en Gobernaciones, Alcaldías e instituciones públicas, pero también en los medios de comunicación de masas y, créanlo o no, en los mismos artistas y hasta pensadores. Se trata de una enfermedad que se ha convertido en las espinas en la boca del camello, las mismas que le desagradan tanto pero que aderezadas con su sangre las convierten en manjar esquisto. Se trata de la asunción de un nuevo tipo de funcionario, me refiero a la llegada del “Chacal de la Trompeta Cultural”.

El Chacal de la Trompeta es la consecuencia química de La Cultura del Show de Don Francisco quien resume la multiplicación del hecho artístico como espectáculo y lo entiende de mejor forma en su potencialidad de show. El espectáculo para el gobernante -Don Francisco- se presenta, más que como espectáculo, como un pequeño esfuerzo propagandístico -y en algunos casos meramente electoral- bullicioso aunque descoordinado en su trazo y finito en sus pretensiones. En su brevedad, apuesta a la memoria y casi siempre a su ilusión. Y es que la cultura del show no hace sino quedar en evidencia cuando aparecen los problemas reales sobre los cuales cloniza su propia existencia: invención de instituciones y proyectos, espectáculo y show que impresionen al gobernante mientras se descapitaliza el sector, desaparecen las ideas, se cierran infraestructuras, deficiencia en la formación, falta de dotación, ablandamiento del artista, desatención a los creadores, fuga de talentos, aislamiento cultural y el patrocinio de un publico rebaño cada vez más entusiasta y entretenido pero menos informado y exigente.

El gobernante -Don Francisco- asume la ilusión de la Cultura del Show porque, en realidad, nunca ha tenido una idea clara del sector. Esta imagen desinteresada le hace presa fácil de vendedores culturales, verdaderos "Chacales de la Trompeta", funcionarios -también conocidos como Gerentes, en Fundaciones y Asociaciones Civiles y algún aristócrata- que se convierten en intérpretes oficiales de las necesidades artísticas del colectivo y del creador. El Funcionario-Gerente-Aristócrata-Chacal posee la confianza del gobernante y ambos se impone la idea del evento, es decir, del show. El evento dará resultados inmediatos y la comunidad -votantes- percibirá una respuesta a corto plazo a sus "necesidades culturales". Un concierto, una obra de teatro, un festival, una exposición relámpago, todos inventados o utilizados desde la institución del Chacal. Después de todo, el puesto dura solo tres o cinco años y hay que dar la impresión que se ha trabajado como para mil.

Toda esta relación, -muy soviética, por cierto- se sostiene por un argumento inapelable para el político: “las necesidades del pueblo”. Se trata de encontrarle al creador y a su obra un valor no solo estético, sino popular-electoral. "Las necesidades del pueblo" marcan las líneas y corrientes a mantener y los proyectos e iniciativas que le den sentido a los recursos del sector deben tener como soporte la idea del servicio popular-electoral. El Chacal de la Trompeta Cultural es un facilitador de esta idea y asume, de manera rápida y superficial, que el pueblo pide cultura para minimizar sus pesares. La idea le gusta al Gobernante Don Francisco, porque realmente, ¿para qué puede ser el arte sino para entretener?,se dice. Sellos, memorandums y decretos terminan por sentenciar al creador a balbucear sonrisas frente a la cámara mientras el chacal lo ridiculiza eternamente.

Gobernante-Don Francisco entiende así que el arte es más que entretenimiento. Es también una especie de aspirina para el dolor de la gente. Nunca sospechará -y en esto el Chacal estaría con su trompeta siempre listo para despejar cualquier intento- que la obra creadora es más bien lo contrario a la aspirina para el dolor. “Arte es más dolor”, el dolor mayor, el único dolor. El que queda.

El Chacal funciona como de servidor entre las "necesidades del pueblo", que él no tarda en detectar, envolver y etiquetar a través del show y de las "necesidades de los artistas " que no tarda en minimizar a través de prioridades político-grupales. En la realidad del Gobernante-Don Francsico-Chacal- de la Trompeta es el pueblo quien exige políticas claras en cultura, no los artistas. El trabajo de los creadores es demasiado individual, inconvenientemente personal, difícil de hurtar. Si es un artista joven, entonces su utilidad es más repugnante, porque aunque se le pueda deslumbrar y hasta seducir con el poder espléndido, sus reacciones serán siempre repugnantemente impredecibles.
Por ello El Chacal deberá, durante el tiempo de gestión, esconderle al gobernante-Don Francisco la realidad cada vez más fracturada: Que no es el pueblo -que con la vida tiene- el interesado en las "políticas culturales", sino que son los artistas a quienes la vida no les basta. Y que una gestión trascendental no es aquella que más eventos logró realizar, sino la que permitió el desarrollo del mayor número de creadores posibles.

El artista existe en este contexto para hacer figurar al gobernante y para producir eventos explotables. Su obra no es más que un producto envuelto y comercializado por gerentes delirantes en estrategia política. En este punto, me gustaría decir que el Gerente Cultural en la Venezuela de finales de siglo, en líneas generales asume el tema del poder como si se tratara de estrategias de "alto palacio". Como si analizara el tema del poder con más convicción e interés que el del arte. Como si de verdad el resto de la sociedad le importara lo que hace o hacemos.

La necesidad creadora se concentra en eventos de masas con resultados quizás epidérmicos, pero inmediatos. El artista es realmente el funcionario, el Chacal usurpa el papel del creador y en el peor de los casos, el gobernante también. Es él quien firma la obra. El valor del artista es entendida, en esta visión post-paranoica- ya no por sus valores estéticos, sino por la duración de la gestión. Logotipos y gacetillas se encargarán de hacer virtual una apropiación del gobernante o gerente de la realidad de la obra de arte y de los artistas.

El creador del municipio o estado es asimismo juzgado por el Chacal quien a trompetazos lo ridiculiza sugiriéndole apresurar y esquematizar en lo posible su proceso. Ya no frente a los espectadores, que son pasajeros, sino ante su obra, cuya resonancia artificial -éxito en lo interno, indiferencia en el exterior- lo acompañará para siempre. Este es el objetivo estético -por político- más relevante de la relación, -cultura-evento- . El evento, frente al tiempo, es una inmensa fiesta dedicada a celebrar la nada. Historia y memoria, variable la primera, inapelable la segunda, nos dicen que los eventos se acaban y pocos permanecen en el recuerdo finito de los pueblos. Al contrario de la realidad real, en Arte la ilusión se olvida pronto. Mientras, la obra creadora, si es buena y tiene suerte, formará tradición y durará para siempre.

En su administración, El Chacal establece que el tamaño de nuestro talento será proporcional al presupuesto que podamos administrar; la dimensión de nuestro discurso estará relacionado con los funcionarios a los que conozcamos y nuestro compromiso como artista se reduce, después de tanta obra, en vivir para que instituciones, gerentes y chacales existan. Esta "capitalización" de la reflexión, esa politización de la obra creadora, esa virtualidad de la realidad del arte es la que permite que hoy -y desde hace años- a pesar de la inversión en cultura, tengamos un medio artístico pletórico de realizaciones en lo nacional pero expulsado de espacios reales en Latinoamérica y borrado también virtualmente del mundo. No es que estemos esperando la aparición del gran artista venezolano, es que cuando aparece, el Chacal lo despedaza a trompetazos.
Porque el protagonismo ha sido y sigue siendo de las instituciones, no de los artistas. Hemos desposeído de la obra creadora de todo lo emocionante y eterno para rebajarlo a lo utilitario y pasajero. La puesta en duda del rol del Estado en el desarrollo cultural no es más que una consecuencia de nuestra propia duda por la utilización y espacio que ocupa el acontecimiento artístico ya no en el Universo, sino en los Municipios, en los Estados, en los Institutos Autónomos y Fundaciones sin fines de lucro.

El Chacal y Don Francisco utilizarán para siempre las orquestas espléndidas conformadas por niños, las agrupaciones teatrales donde los adolescentes e infantes son actores, artistas, creadores casi completos. Jóvenes con compañías nacionales, muestras para artistas nuevos, concursos de literatura infantil y juvenil, estímulos para la creación fotográfica, festivales para bailarines y coreógrafos que comienzan, encuentros regionales para los que apenas han podido leer un par de libros. Les felicitamos por su audacia, por representar al país en la guerra singular -cuando un artista "representa" a un país en un acontecimiento artístico, casi siempre se trata de un encuentro artificial, más bien político e institucional y pocos quedarán en la memoria universal. Los enaltecemos con placas, premios y ordenes por su compromiso con los escenarios y no con las drogas -que tanto molestan a Don Francisco y no tanto Chacal, pero el presume que también- .
Entusiasmar a sus familias y padres quienes, en vilo, no pueden dormir tratando de adivinar de qué lado de la familia les viene el don de la genialidad. Un padre orgulloso y una madre impresionada conforman este cuadro patético de un niño a quien se le dice que podrá dedicar su talento -y su vida, nada menos- a lo mejor de su arte para luego, con el tiempo, cortarle los presupuestos, utilizar su ingenio, impedir su internacionalización, obligarlo a dedicarse a otra cosa para pagar las cuentas y hacerle pasar horas esperando por el chacal-funcionario de turno quien, con el tiempo, le molestará que aquel niño tan vendible y encantador se parezca ahora a un radical, un tira piedra o un mariconcete. Para eso no era la orquesta, el grupo de teatro ni el festival. Eran, más bien, para algo "nice", popular e inofensivo.

¿Será conocida esta Venezuela moderno violenta por nuestra capacidad de organizar eventos o por los artistas y creadores capaces de traducir en signos y claves la realidad -o, si puede- su propia virtualidad? ¿Estaremos dando oportunidades a los artistas que quedan o los que vendrán, para que sean capaces ya no de reflejar, sino de VER la realidad que les tocará vivir? ¿Estamos diciéndole ya no al artista adolescente --y me refiero al gran adolescente, ése a quien le escribía Rilke, no a todo aquel que dejan inscribir para pretender proyectos masivos- pueda vivir la grandeza del arte y dedicarle el resto de su vida?
¿Sobre qué teatros?
¿Con cuál editorial?
¿En qué escuelas?
¿En cuáles orquestas?
¿Analizado por cuál critico?
¿Confrontándose en qué países?
¿Estudiado en qué Universidad?
¿Pagando con qué las cuentas?
Porque la sugerencia es aterradora:
"Dedícate a esto, que yo compro el piano."
Eso es.

Ofrecerle el cielo a un joven -ya no al niño- es también prepararse para que nos pida el universo. Por eso, Chacal y Gobernante prefieren animar al creador en su peor momento, mientras participe de ilusiones domables y entrañables para el consumo popular, patriótico y, como no, electoral. Pero hasta allí. Del resto, deberá ser borrado de los medios, mareado por secretarias, en fin, abandonado como presa indefensa para el Chacal.

Miterrand le pedía a la gloria que le concediera un solo honor: ser conocido como el servidor público en cuyo mandato se desarrolló el gran artista de Francia. Ese que, según decía, le revelará al hombre pasillos de la realidad inéditos hasta hoy. "No se quién es o será. Por eso ayudo a todos. Porque si dejo a uno fuera, ese podría ser El, y yo estaría maldito para siempre...", creía.

Quizás exista entre nosotros algún funcionario que hable con la gloria. Quizás el rol del sector cultura venezolano frente a la sociedad y Latinoamérica deba ser suspendido hasta que termine de diluirse lo virtual y, como en otras sociedades, tengamos que recurrir a los artistas para recomponer la realidad -y en nuestro caso, lo que será tradición y memoria- a punta de símbolos.

Quizás tanto niño con su violoncelo o su batuta empiece a exigir el mundo al que le dijeron podía acceder.

Quizás el artista ridiculizado se lance a devolver los trompetazos con alaridos de odio, ése que se encuentra cuando eres niño, ese odio inmortal, aterrador, sofocante, un odio criminal.

Quizás ese odio le de densidad universal a su discurso, quizás.
Quizás niños actores, músicos, bailarines, poetas, comiencen a robar su cuota de teatro, música, danza y literatura.

Quizás la consecuencia de tanto show y espectáculo es una generación violenta, pero genial, incapaz de escribirle a la frontera, a la perinola, a los símbolos sin significado o héroes patrios, tan conveniente para Chacales y Don Franciscos.

Quizás sean capaces de instaurarle el terror al despreciable Chacal y aterroricen la nación con sus peticiones de salas, compañías, recursos, publicaciones, giras; el mundo, si no es poco.

Quizás los artistas mayores dejen de sonreír en los momentos que nadie se los pide y levanten la mano y comiencen a señalar y condenar para la eternidad (como lo hizo Shakespeare con “Ricardo III”) a los Chacales y Gobernantes que los han utilizado, enseñándoles el irrespeto a sí mismos y peor, a su arte.

Quizás descubrimos, como ya lo han hecho los demás, que el país es otro, menos sabanero, menos garza blanca, menos turista, con menos color local.

Y quizás, en vez de celebrar una fecha patria con un show donde interviene lo mejor de nuestro talento, invirtamos lo poco que hay en comprar de una buena vez un bendito Stainwey que dure cien años o para siempre jamás.


GUSTAVO OTT. Es Comunicador Social, egresado de la Universidad Católica Andrés Bello (1991), Fellow in Writing de la Universidad de Iowa (1994), participante en el International Writing Program (USA-1993). Es fundador y Director General del Teatro San Martín de Caracas y del grupo Textoteatro. Es autor de una treintena de textos teatrales y sus piezas han sido traducidas al inglés, italiano, alemán, ruso, checo, polaco y danés. Ha recibido, entre otros, el Premio Municipal de Teatro, Premio Nacional Casa del Artista,1998, Premio Internacional Tirso de Molina,1998 y Premio Municipal de Teatro,1999.


 
 
Teatro CELCIT
AÑO 10. NÚMERO 17-18. ISSN 1851- 023X