EL DÍA DEL ESTRENO
Por Rodrigo Johnson
El día del estreno
se vive de distintas maneras, según el papel que se desempeñe
dentro del entramado teatral. Su sola mención es ominosa,
produce mariposas en el estómago, y como todos lo saben,
es un mal necesario.
Cuando inician los
ensayos se habla del estreno como algo lejano, como una meta a la
que se aspira de manera incierta, y no falta el director que diga
"hagan de cuenta que estamos en el estreno". Es el mismo
que el día del estreno dirá: "hagan de cuenta
que estamos en un ensayo".
Si no existiera la
zanahoria del estreno el burro de los ensayos no caminaría.
Aunque claro cuando ya se la puede comer se vuelve rejego a seguir
avanzando.
El día del
estreno es eso, el Juicio Final (que al igual que en la mística
es sólo el principio, al menos para los salvos), primera
comunión, bautizo, confirmación, santos óleos
y quince años al mismo tiempo.
Si bien a todos los
participantes les preocupa la presencia de la crítica especializada,
lo más importante es que ahí, en la oscuridad del
patio de butacas, está tu mamá y tu hermano, tu novia
y el cuate que se burlaba de ti en la prepa por dedicarte al teatro.
Es el momento, el ahora "es cuando se tragan sus palabras y
les demuestro", es el instante para pedir perdón y reconciliarse
con subtextos y gestos, es el resultado de la espera.
El director se convierte
en Eisenhower, maestro de la logística más grande
de la historia y autor de D Day. Lo que pase después realmente
no importa, el caso es llegar a Normandía. Su humor conciliador
y tolerante de pronto se transforma. "Estamos cerca y ya habrá
medallas suficientes para los caídos en el combate y cortes
marciales para los traidores".
Por no hablar de los
desertores que el día del estreno hablarán del proceso
que abandonaron comentando en el cóctel de lo bueno que hubiera
sido de haber estado ellos ahí, o divulgando, cual abyectos
espías, los secretos que sólo ellos conocieron:
-Te fijaste en la escena tal, sí ésa en la que todos
se reían... bueno pues fue idea mía, pero no supieron
resolverla.
-A ése siempre se le iba el texto, por eso dejé la
obra.
-Está bien, pero no sabes lo que podría haber sido...
El día del estreno todo y todos concurren. Todos son autores
de los aciertos y nadie de las fallas. El día del estreno
es como hacer televisión.
El día del
estreno, afloran los miedos más añejos y personales
de cada uno de los miembros del equipo. Si usted no hace teatro,
tan sólo recuerde cuando en el kinder tenía que decir
"pío, pío" frente a un micrófono
el día de las madres Es aterrador.
El día del
desquinte todos están nerviosos. Lo peor y lo mejor surge
como nunca antes. El ritual, los rituales, comienzan.
En los teatros más
tradicionales los técnicos penden, persignándose con
cerillo (jamás con un bic), una veladora en el altar a la
Virgen de Guadalupe que todo Teatro tiene. Alguna vez encabecé
la ceremonia en el Wilberto Cantón, que ni con eso se calentó,
(en una de esas ceremonias, recuerdo que Antonio Armonía,
por congraciarse con la planta técnica, incendió el
altar del Santa Catarina, provocando la animadversión sindical
que ustedes se imaginarán).
Los actores por su
parte disfrazan su histerismo diciendo "mierda" a la menor
provocación -equivalente al break a leg del teatro inglés,
(que según Carlos Warman, se refiere a la facilidad con que
las piernas, es decir las cortinas que sirven de afores en el escenario
se caían el fatídico día)-, suponiendo que
es de mala suerte invocar la buena suerte. El caso es que todo el
elenco se junta formando una ronda y grita, o susurra si es que
el público ya entró a la sala, tres veces: ¡Mierda,
mierda, mierda!
Desgraciadamente he
constatado que el resultado del conjuro es siempre desigual y no
siempre efectivo. Cuestión de fe, supongo.
Recuerdo el peor estreno
de mi vida. Sujetos, (así traduje Welded de Eugene O´Neil,
mejor conocida como Intimamente unidos o Ligados). María
Gelia Crespo, una espléndida y desperdiciada actriz, insistió
en hacer un calentamiento antes de la función. Los mantras
y ejercicios de concentración retrasaron la entrada del público
por casi una hora. Ya en el escenario el volumen de los actores
era tan bajo y profundo que nadie escuchó nada durante la
función.
En el estreno de El
manuscrito encontrado en Zaragoza, al actor que interpretaba al
anacoreta y que casi abría el espectáculo, se le ocurrió
subirse media hora antes a su lugar de entrada. El resultado fue
que
Margules tuvo que
salir de la sala, darle la vuelta al teatro, entrar a las entrepiernas
y aventarle un sayal para que el desmemoriado monje se desconcentrara
y saliera a escena.
El ritmo, ese día,
no fue el mejor.
Cosas del estreno.
RODRIGO JOHNSON
es egresado del Centro Universitario de Teatro de la Universidad
Nacional Autónoma de México, de la carrera de Dirección
Escénica. Entre sus montajes: "La última y nos
vamos" (adaptación a Herr Puntila de B. Brecht), "Sujetos"
de Eugene O'Neil, "Criaturas del aire" de Fernando Savater,
y la más reciente "Cartas a mamá" de David
Olguín, basada en un guión radiofónico de Harold
Pinter. Actualmente se encuentra trabajando en una versión
de "Rey Lear". Es colaborador habitual de la revista Nexos
y del diario Milenio.
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