EL PROCESO DE CREACIÓN GRUPAL
Por Juan Carlos De Petre
La creación
del actor en tanto individuo, sólo tiene interés para
mí si se traslada al grupo, es decir, si forma parte de todo
el núcleo humano con el cual se realizará la obra.
Indudablemente se trata
de una posición ética, es imposible una acción
sin principio ético, aunque no se lo mencione o aún
en el caso que se lo niegue. Toda física deviene metafísica.
El hombre no existe
solo, su principal conflicto en todos los órdenes, es justamente
su vida en relación con los demás hombres. El teatro,
más que ningún arte, se basa en esta realidad esencial:
es imposible hacer teatro sin dos hombres como mínimo, uno
que actúe y otro que presencie ese hecho.
Tal vez la mayor perversión
del teatro haya sido esa particular inclinación a la vanidad
y al exhibicionismo en que caen los actores. Una concepción
egocéntrica los lleva a considerarse excepcionales y admirados;
piensan que la gente se reúne para verlos a ellos y no lo
que ellos van a mostrar, decir o enseñar durante la representación.
Por un grueso error confunden el vehículo con el destino
y entonces ya no importa qué dirán, sino quién
lo dice.
Esta ficcionalidad
que arrastra el teatro es lo que más me preocupa combatir
cuando lo ejerzo: el mayor enemigo del teatro es el teatro mismo.
¿Cómo hacer para que una obra testimonie realidad
y no alimente la ilusión? ¿Cómo conseguir que
los actores estén viviendo dentro de un universo revelador
sin administrar artimañas engañosas o apelando a puros
virtuosismos técnicos? Ya Artaud describió dramáticamente
la idolatría por la forma a la que estaba sometido el teatro
en nuestra época; los realizadores teatrales están
ocupados -en su mayoría- en la adoración del becerro
dorado, construyendo imágenes de dioses engañosos,
con el único fin de ser reconocidos ellos mismos como parientes
cercanos de esos dioses.
Semejante peligro se
minimiza al depositar en el grupo el acto creador: con su mecanismo
subconsciente de aniquilación individualista, éste
desmonta cualquier propensión a un tipo de parcialidades
en donde la imposición de la personalidad es confundida con
la genialidad o el talento. No se niega la legítima posibilidad
de que alguna de las identidades que componen el montaje brille
más que otras, pero en este caso se está hablando
de frecuencia luminosa dentro de una estructura y no de una deformación
de esa estructura por la vía personal.
El reino del hombre
es la creación y no el hombre mismo, salvo que también
él sea tratado como creación. Por eso el proceso grupal
es extremadamente difícil de llevar a cabo en una sociedad
donde sistemáticamente se niegan los verdaderos valores sociales.
Competencia, intrigas, trampas, ocultamiento, velos, especulaciones,
seducción; un sinnúmero de artilugios necesarios para
la sobrevivencia en la calle, en el trabajo, entre los amigos y
hasta en el contexto familiar, llevan al actor a una imposibilidad
básica inicial para enfrentar este tipo de propuesta. Podríamos
casi asegurar que el mayor desafío dentro de la creación
grupal, es poder mantener el vínculo con los demás
actores que participan del proceso. Vínculo que exige incondicionalmente:
entrega, solidaridad, respeto, dignidad, comprensión, fidelidad,
honradez, sinceridad, transparencia de cada uno hacia todos y de
todos hacia el espectador, que es la culminación del trabajo.
La medida de los logros expresivos -en este método teatral-
son absolutamente proporcionales a la calidad humana que se consiga
en los terrenos antes mencionados.
Cuando los individuos
-sometidos al régimen de creación grupal- han desaparecido;
cuando sus bagajes históricos dejan de ser obstáculos,
cuando han abandonado y perdido todos los equipajes y vestiduras
que traían, se abre la puerta a la recepción de lo
desconocido.
Vientos, soles o tempestades,
irrumpen en el espacio del teatro, depositando palabras, gestos,
movimientos, situaciones y hasta las mismas historias: vienen de
las regiones en dónde permanecían inmóviles,
a la espera de ser convocadas por los actores, para manifestarse
en sus cuerpos ingresando en el mundo. Asistimos entonces, al milagro
del descubrimiento; somos penetrados por impresiones inéditas
que producirán en nuestro ser una inevitable modificación.
Como se ve, el trabajo
de creación grupal se aparta de la tradición teatral
en dónde el primer creador es el autor o dramaturgo, y los
actores son los intérpretes. Intérpretes que, como
decíamos, deben contar solamente con el desarrollo de sus
buenos oficios, pero jamás con la expresión de su
propio mundo, el cual quedará condenado a permanecer callado.
Esta práctica va relegando el crecimiento interior del actor,
y en realidad es aquí donde ciertamente desaparece su identidad.
Por el contrario, en el proceso de autoría grupal, con cada
obra se produce una enseñanza para el actor, una aventura
de conocimiento -de la cual una vez finalizada- habrá obtenido
un crecimiento de su esencia.
Crear es crearse, y
no meramente reproducirse. El arte no debe aumentar la población
sino la calidad de la vida, porque de esto depende en definitiva
la dicha y felicidad del hombre.
JUAN CARLOS DE
PETRE es argentino aunque radicado en Venezuela desde 1976.
En ese año crea el Teatro Altosf, importante agrupación
internacional, de la cual es director.
Actor, director, dramaturgo, poeta, entiende el hecho teatral como
un acto de creación integral donde el actor deviene autor
de sus roles o personajes y el director se convierte en un organizador
filosófico de la obra.
Cuenta en su haber
más de 40 montajes llevados en gira por países de
Europa, Asia, África y Latinoamérica. Durante estos
viajes ha dictado innumerables talleres para grupos, universidades
y organismos teatrales.
En su libro El Teatro
Desconocido resume su propuesta creadora desarrollada a través
de tres décadas de investigación, utilizando la experiencia
sistemática y el autoconocimiento como metodología
del descubrimiento.
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