ENTREVISTAS
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ALEJANDRA BOERO: COMO EL RIO, QUE SIEMPRE SE RENUEVA
Por Olga Cosentino

La fragilidad física es un detalle menor y accidental en Alejandra Boero. A los 82 años, con la misma insobornable y lúcida combatividad que caracterizó su larga trayectoria en el teatro argentino, esta directora, actriz y maestra de varias generaciones de actores lidera en estos días una convocatoria a todos los sectores de la cultura. Desde el MATe (Movimiento de Apoyo al Teatro), que también contribuyó a conformar en 1994, lleva adelante un llamado a artistas e instituciones vinculados a las artes escénicas (danza, teatro, géneros líricos), así como a la música, la plástica y la literatura. El objetivo es reclamar conjuntamente a las autoridades por el efectivo cumplimiento de la responsabilidad que le cabe al Estado, de invertir con vistas al futuro de la sociedad.

Boero recibe a Revista Teatro/CELCIT en su modesto departamento de la calle Montevideo, vestida y peinada con elegancia y discretamente maquillada. Desde una repisa del living, unas pocas estatuillas dan cuenta de los muchos premios que recibió. Varias plantas cerca de la ventana alivian con su fresco verdor la agobiante sensación térmica de esa tarde de enero. En las paredes no hay retratos suyos ni fotografías de las puestas teatrales en las que participó. "Las fotos congelan el pasado, y a mí me interesa el futuro", justifica, a la vez que señala la excepción que confirma la regla: "Esa foto sí, porque me gusta ver la sonrisa de mis nietos Hugo y Federico y de mi biznieta Milena, que vive en San Martín de los Andes". La memoria de Alejandra Boero no se aferra a los objetos; es pura energía que ilumina su presente. "Ahí están esos fierros -dice mirando los trofeos del estante- pero no sirven para mucho. Prefiero tener a mano estos versos de León Felipe, que siempre releo. Me siguen conmoviendo sus poemas combativos; algunos me los sé de memoria. No envejecen". Ella tampoco: sigue organizando y asistiendo a los encuentros en los que su figura aglutina voluntades.

La cultura, responsabilidad del Estado
En la sala mayor de Andamio 90, el último de los cinco espacios teatrales que fundó a lo largo de su incansable vida, Boero revalidó la vitalidad de su carisma aun en las reuniones a las que, últimamente, debió concurrir en silla de ruedas. Su actitud, sin embargo, neutralizó cualquier connotación melodramática que podría haber aportado el aparato. Eso sí: su llamado consiguió colmar la capacidad de las instalaciones. Se reunieron decenas de personalidades (los dramaturgos Roberto Cossa, Carlos Gorostiza, Bernardo Carey, Eduardo Rovner; músicos como Alicia Terzián o José Luis Castiñeira de Dios; escritores Guillermo "Pacho" O'Donnell o Carlos Pais; actores Alfredo Alcón o Rafael “Pato” Carret, y cientos de jóvenes artistas e intelectuales preocupados por la crisis de un modelo económico cuyas secuelas morales en el tejido social ya resultan inocultables.

- ¿Considera que se ha agravado la situación actual del teatro en particular y de la cultura en general?
Hay en la gente un desaliento generalizado, que tiene que ver con cierta intuición de que ya nunca más va a poder vivir y alcanzar lo que se merece. Por eso siento como un imperativo pelear contra el escepticismo y contra los ejemplos negativos, porque si no, nadie entiende a nadie y lo único que va a prevalecer es esta exacerbación del individualismo.

- ¿Cuál es la pelea que quiere dar?
Yo amo mucho la vida y, aunque no cuestiono el devenir del tiempo, estoy decidida a aprovecharlo mientras esté acá. A mí me maravilla lo que los chicos comprenden hoy. Yo, cuando tenía esa edad, no lo comprendía. Los jóvenes se relacionan con menos hipocresía, con menos represiones y con más amor pero en cambio, se enfrentan a un sistema perverso que no les da la posibilidad de desarrollar su potencial como merecen. En mi lucha, no pretendo ponerme a la par de ellos porque no va; pero quiero alentarlos para que no bajen los brazos.

Enseñar a ser libres
- ¿Qué les enseña?
Ahora interrumpí transitoriamente mis clases porque estuve seis días internada, pero doy clases de interpretación; o más bien, un matiz de la interpretación: la interferencia entre la personalidad y lo que el actor debe componer. Trato de que descubran hasta qué punto el proyecto artístico y la vocación llevan a la libertad o domestican. Intento que mis discípulos sean capaces de ver cuándo uno mismo es quien se impide ser libre. Los actores corren ese riesgo porque tienen miedo de equivocarse y eso los lleva a repetir en escena las fórmulas probadas y exitosas. Hay que ser muy valiente para hacer algo distinto; siempre aparece ese policía que uno tiene adentro y que invita a hacer lo mismo.

El éxito y otras confusiones
- ¿El artista está obligado a experimentar, a probar siempre algo nuevo?
No hay que ser fundamentalista en ningún sentido. Tienen que convivir todos los estilos. No es cuestión de considerar que el realismo o el melodrama están pasados de moda. Es cierto, para algunos, el teatro que emociona es antiguo. Pero yo creo que no debe haber límites a la libertad estética. Hay quienes se asustan de la libertad propia, y no sólo los actores. En el fondo, todos desean ser aprobados, ser queridos. Pero, ¡cuidado!, eso también es una esclavitud. Hay que hacer reflexionar a los chicos. Yo siempre les digo: “No se dejen robar la vida, defiendan cada día y cada minuto, porque este sistema que promociona la belleza y el éxito como principal objetivo les roba la vida”.

- ¿No es propio del natural narcisismo del artista el buscar el éxito?
Los caminos son optativos, pero hay que elegir con verdad. Si una alumna mía quiere ser vedette, que lo sea. En una sociedad democrática tiene que haber teatro clásico, revista, experimentación, comedia costumbrista. Pero cada uno tiene que ser honesto en su elección, no disfrazarse para el éxito. Porque el éxito es una mentira, no existe. Dura poco y cuando aparecen las primeras arrugas uno ya no sabe quién es. En este sentido, me parece que la gente del MATe ha vivido una vida austera, haciendo lo que eligió, y todos sus integrantes están muy contentos con sus pequeñas vidas. Ese es el ejemplo que queremos dar, porque no todo es brillo y éxito mediático. Yo quisiera barrer con esos valores y que los jóvenes no se confundan y puedan tener una vida verdadera.

- Según su diagnóstico, ¿cuáles son las causas principales de esa confusión?
Creo que todavía no somos un pueblo democrático, que tenga a flor de piel la vivencia democrática, y en consecuencia, el concepto de libertad aún no está claro. Tal vez, la dictadura que vivimos todavía no ha sido superada del todo, y subsisten otras formas de represión.

- ¿Por ejemplo?
Que la gente viva en una precariedad tal que nadie sepa qué le va a pasar en el futuro inmediato, que nadie pueda contar con que el trabajo que tiene hoy lo va a tener mañana, que cualquiera sienta que su seguridad física está amenazada en el próximo minuto solamente con salir a la calle son diferentes maneras del sometimiento. El miedo doblega la dignidad y la libertad de las personas. Contra eso hay que enseñar a los jóvenes resistir para no entregar su libertad, hay que ayudarlos a fortalecerse en sus elecciones. Porque en algún momento algo tiene que pasar, algo va a cambiar. No sé si yo lo voy a ver. Pero la gente está tomando conciencia.

Una guerra interminable
- ¿Qué síntomas de esa toma de conciencia podría señalar?
Bueno, sólo hay que fijarse cómo las autoridades dicen barbaridades y la gente se da cuenta en seguida. Cuando yo era chica mi padre decía: "Lo dijo la prensa" y eso era garantía de verdad. Hoy cualquier hijo de vecino te dice: “Já, eso es lo que dicen los diarios; pero la verdad es otra”. Ese es un síntoma de que algo en la gente que se movió. Por más que quieran avanzar sobre la gente, nada es estático, la gente no es igual. Las cosas son vivas y algo va a pasar más allá de lo que el poder supone que maneja.

- ¿Lo suyo es optimismo o una mirada apocalíptica?
Lo que pasa es que soy una bocona y digo todo lo que pienso. No especulo con el resultado. Pero eso sí, lucho con esperanza porque mis expectativas no son tan desesperadas. Yo tomo esto como batallas de una guerra que no termina más. Algunas batallas las ganamos y otras las perdemos, pero si sabés que estás en una guerra no te deprimís. En una guerra nadie se va a estar ofendiendo a cada rato porque no le dan el lugar que merece, ¿no? Por ejemplo, si a mí no me dan el asiento en el colectivo, no me ofendo. Finalmente, mis 82 años son mi problema personal, pero cada uno tiene el suyo. Hasta de su propio egoísmo está cargada mucha gente. Y lo único que puede aliviarla es ayudar a que mejore. Y la cultura ayuda a mejorar el mientras tanto.

- ¿Hablar de una guerra interminable no supone una mirada un tanto pesimista sobre la condición humana?
No necesariamente. No hay que perder de vista que así como todas las cosas negativas estuvieron hechas por el hombre, también es el hombre el responsable de las positivas. No me resigno a condenar a la criatura humana a la condición de bazofia, incapaz de cambiar nada. Sí, puede. Por eso hay que valorizar a los que pueden, darle prensa a los que hacen algo bien.

Consumir no es saciarse
- En el ámbito teatral, muchos de los que hacen buenos espectáculos tienen detrás verdaderas industrias del entretenimiento, capaces de sostener grandes inversiones en actores y puestas. Y son los que tienen más prensa. ¿Con qué pueden competir los que sólo cuentan con vocación y buena voluntad?
No sabés cuánta gente se sigue juntando en proyectos teatrales independientes. Ponen la plata que no tienen y saben que no la van a recuperar pero son felices haciéndolo. Cada vez hay más actores jóvenes que hacen sus teatros en sus propias casas. Con la plata que ganan en la TV, en lugar de irse a Europa o comprarse una 4x4 levantan un teatro. ¿Por qué lo hacen? Yo creo que hay que convencerse que el hombre tiene un espíritu que le reclama algo más que consumo. No somos un pedazo de carne, hay una necesidad de manifestarse, de buscarse, y si para eso hace falta poner del propio bolsillo, se pone. Una vez que uno descubre quién es, cuál es su verdadera vocación y se aferra a ella con las dos manos, se salva. Yo creo que soy la consecuencia de haber seguido tercamente un objetivo. Lo seguí porque me di cuenta que eso era lo mío y ninguna otra cosa. Cumplir con los sueños sigue siendo para muchos una exigencia muy fuerte. Por suerte. Eso demuestra que el hombre es algo más que ambiciones mezquinas.

- Lo ideal sería que sectores mayoritarios de la juventud se convencieran de eso y tomaran en sus manos el destino del futuro inmediato. Pero, ¿no cree que sólo algunos privilegiados pueden acceder a la educación que les abre la conciencia?
Por eso quiero seguir diciéndole a los chicos que si tienen confianza en sí mismos, si son verdaderos son invencibles. Esa es una columna vertebral que te hace indestructible. Hay que conseguir que la gente tenga confianza en sí misma. La prueba de que es así es que, precisamente los sistemas perversos que tratan de mantener un modelo para beneficio de unos pocos a costa del sufrimiento de la mayoría, apuntan siempre a destruir la confianza de la gente.

- Usted alude insistentemente al poder. ¿Intenta hablar de estas cosas también con las personas a cargo de ese poder? ¿Reclama a los funcionarios de turno?
Tanto que el día que me muera muchos van a decir: “¡Por fin se dejó de hinchar las pelotas esta vieja!” Casi a diario, yo levanto el teléfono, llamo a los que tienen alguna cuota de responsabilidad y les digo lo que pienso. Lo que pasa es que la tendencia natural de mucha gente es la tranquilidad. Pero a mí la tranquilidad me aburre. Hacemos este paseo una sola vez por la piel del planeta. ¿Vale la pena tanta ambición, tanta frivolidad, tanto ocio improductivo?

Derecho a no aburrirse
- De acuerdo, pero a los 82 años, ¿no cree que una persona activa como usted ya se ganó el derecho al ocio?
Tal vez tenga derecho, pero no me interesa usarlo. A mí el descanso excesivo me impacienta. No me interesa ir en verano a vacacionar. Los dos primeros días estoy bárbaro pero después me aburro. Además, las pocas fuerzas que me quedan las tengo que cuidar porque hay muchas cosas por defender. En cambio, en las reuniones del MATe, por ejemplo, tenemos conversaciones interesantísimas, con (Carlos) Gorostiza, con Tito (Roberto Cossa), con (Carlos) Gandolfo, con (Hugo) Urquijo y también con la gente más joven. Surgen temas puntuales y ahondamos. Hasta el último día uno puede seguir creciendo. Y no te voy a ocultar que algunas reuniones son en horarios incómodos. Los martes nos reunimos a las 11.30 con los integrantes de la Asociación de Directores de Escena, y es una hora que me revienta. Con el MATe, nos juntamos los jueves a la una. Y nadie va a recibir un mango por esto. No sé, tal vez seamos unos seres extraños. Nos juntamos, tomamos café, alguno trae unas medialunas y ni siquiera estamos pensando en una obra que pueda convertirse en éxito. Apenas si tratamos de que se nos ocurran algunas ideas para que la gente viva mejor.

- Usted, ¿cómo vive?
Yo soy una millonaria. Tengo montones de amigos conseguidos a través de tantos años. Ninguno me ha defraudado. Nos seguimos indignando juntos por las injusticias; no nos ablandó la vejez, no nos quitó la ganas de pelear. Algunos me dicen: "Pero, ¿no querés nada para vos?” ¡Y claro que sí! Todo lo que quiero es para mí. Por ejemplo, si llega a salir esto de que no le quiten tantos millones al Instituto Nacional de Teatro y a Proteatro voy a ser muy feliz.

Subsidiar el futuro
- ¿Me equivoco o es usted el tipo de persona capaz de levantarle el ánimo al más deprimido?
Bueno, cuando alguno está deprimido y me llama, yo empiezo a sacar mis fuegos artificiales y... qué querés que te diga. Me hace muy bien conseguir sacar a alguien del pozo. Ahora estoy defendiendo (el Teatro) Andamio 90 con toda mi alma. Habíamos alquilado una salita chiquita al lado, para que funcionara como teatro de cámara para que los más jóvenes hicieran sus experiencias, pero no pudimos pagar los 5000 pesos de alquiler y la tuvimos que entregar. Una verdadera pena porque, ¿dónde van a hacer sus primeras armas esos chicos, si tienen que alquilar y pagar el seguro de una sala? Acá no les cobrábamos, era el lugar donde el que alimentaba un sueño personal tenía dónde convertirlo en realidad, donde probar si era viable. No se dan cuenta que en estos lugares es donde se gesta el futuro. Hay países que defienden estos lugares porque saben que ahí está su futuro. En EEUU y en Europa están muy organizados, por eso tienen el cine y el teatro que tienen.

- En EEUU y en Europa se subsidia la experimentación. ¿Cuál es la situación aquí, según su experiencia?
Yo defiendo la experimentación y los grupos independientes porque son los que prueban cosas y no tienen miedo de correr riesgos. Si no se hace eso en poco tiempo no habrá más que espectáculos manufacturados hechos en el exterior. Además, hay que defender esos espacios para que los jóvenes hagan su escalafón artístico, su aprendizaje. No todos pueden pasar como (Alejandro) Urdapilleta, del under al teatro oficial más prestigioso. Muchos, la mayoría, necesita hacer su experiencia en salas intermedias. Y si no, habrá que conformarse con que el tránsito sea de la TV o las pasarelas de los desfiles de modelos al teatro comercial.

- No obstante, su sala Andamio 90, donde también se experimenta, no corre riesgos por ahora.
Bueno, te cuento: el otro día, Edesur mandó casi 400 voltios en vez de 220 y nos quemaron aparatos de sonidos y de refrigeración. Fue un domingo a la mañana y se podía haber incendiado todo. Ahora, veremos si Edesur paga lo que rompió.

- ¿Hay posibilidades de que la empresa no reconozca su responsabilidad?
Yo creo en lo que toco. Y sostener una sala no sólo depende de que venga el público; hay que mantener todos los servicios, afrontar eventualidades.

Seguir creando
- ¿Qué programación tiene prevista en Andamio para esta temporada?
Vamos a hacer tres obras: una dirigida por Hugo Urquijo, otra por Juan Carlos Gené y otra por Carlos Gandolfo. Harán acá lo que no pueden hacer en otro lado. Quiero darle a la gente la posibilidad de concretar sus sueños, porque no seamos ingenuos: ningún empresario llamaría a Gené para montar un espectáculo como “El malentendido”, de Albert Camus, aunque después la obra resulte premiada, como resultó. Gené es un artista valiosísimo también porque se arremanga y hace la suya. Ahora creo que Gandolfo quiere hacer un Pirandello. ¿A qué productor le importaría invertir en eso?

- Pero siguen las inversiones en grandes espectáculos.
Vamos a ver qué pasa cuando la gente no tenga plata para pagar la entrada. Ese es un punto de la cuestión, y otro aspecto que habría que revisar es que si estamos en emergencia económica, algunas estrellas no pueden pretender ganar cachets exorbitantes porque entonces en los papeles menores va a haber que poner debutantes que acepten ir por nada sólo por figurar en el elenco. Yo creo que en el ambiente, la excepción es Alfredo Alcón, que justamente ahora va a empezar a colaborar con el MATe. Yo le decía hace poco: “Te queremos a vos no porque seas un buen actor sino porque sos un buen tipo”.

La torpeza de los funcionarios
- Más allá de la buena gente que integre el MATe, ¿cuáles son las propuestas concretas que impulsan?
Ahora estamos tratando de convencer a las autoridades de Educación para que pongan enseñanza de teatro en las escuelas. Estoy decidida a luchar por esa idea hasta que salga. A principios de año lo hablé con Luis Brandoni y Mabel Manzotti, para que apoyaran la idea. Ahora me ofrecieron tener una entrevista con (el viceministro de Educación Andrés) Delich y voy a ir más que nada para sacarle la fantasía de que queremos que haya más actores. Para qué, si la mayoría de los que hay no tienen trabajo. No es por eso, sino porque sabemos que la enseñanza del teatro puede conectar a los chicos con ciertos valores y con una pasión sana. Ya empieza a haber preocupación por el déficit de la formación humanística de los estudiantes. Hoy los chicos dominan tecnologías, se especializan en disciplinas técnicas y a la vez, hasta en países con sociedades satisfechas aumenta la delincuencia y la criminalidad. No es sólo un problema de las villas miseria sino también de los sectores medios. Basta con ver las cosas que pasan en Inglaterra. Es que se le ha dado gran importancia a la enseñanza de técnicas que son necesarias, sí, en esta coyuntura, pero no sabemos si van a servir dentro de 20 años. Décadas atrás, la novedad fue enseñar código Morse, taquigrafía o perfoverificación. No estoy en contra de esos saberes pero son herramientas de utilidad transitoria. En cambio el teatro es eterno y puede mostrar el bien y el mal, no para adoctrinarlos sino para que los chicos sepan que existen y que puedan elegir.

- En ese sentido, el Ministerio de Cultura de España impulsaba hace unas semanas el aumento de las horas de filosofía, literatura y lenguas clásicas en la escuela. ¿Le parece viable una modificación de ese tipo en nuestro país?
Es inviable sobre todo porque tenemos funcionarios que, con sólo escuchar o leer sus declaraciones públicas, demuestran que viven porque el aire es gratis. Sin ir más lejos, un ministro dijo hace poco que el aumento en los transportes públicos no incidiría en el bolsillo de los pobres porque los pobres no viajan en colectivo. Y bueno, eso demuestra el nivel cultural y el cociente intelectual de los funcionarios. Son capaces hasta de decir lo que no les conviene. Están perdidos en la neblina y el grado de torpeza que exhiben sin pudor es otra señal del estado de la cultura.

- ¿Le parece probable, entonces, que gestores culturales con ese grado de torpeza adviertan la urgencia de medidas en el campo de la educación?
Es peor que en la Edad Media. Entre los señores feudales también predominaban los analfabetos, pero eran más inteligentes porque sabían que tenían que tener bien alimentados a sus esclavos para que les sirvieran mejor y les duraran más. Los mecenas del Renacimiento mantenían a los científicos, a los sabios, a los artistas pensando en su propio provecho. Hoy te usan y cuando no les servís más te tiran.

- ¿Será sólo torpeza o una estrategia dirigida a objetivos muy precisos?
Acaso jueguen a parecer torpes. Por ejemplo, ahora parecen haber descubierto que si la gente no tiene dinero no consume y si no hay consumo el modelo económico no funciona. ¿Ahora lo descubren? ¡Si eso, el hombre de la calle lo sabe desde siempre!

- Se la ve muy enojada.
A mí el enojo me salva. Hay gente que frente a esta realidad se deprime y baja los brazos. A mí se me amontonan los argumentos y la bronca. Creo que es más saludable.

- ¿Siempre le tocó pelear para conseguir sus objetivos?
Me parece que aprendí a pelear desde que nací. Siempre estuve en contra de la hipocresía, de la domesticación educativa. En mi época, cuando un chico era muy inteligente, el padre luchaba para domesticarlo.

El descubrimiento del propio destino
- ¿A usted, su familia intentó domesticarla?
Bueno, me di cuenta que lo que querían era que me casara y me dejara de embromar. Entonces les di el gusto, me casé a los 17 para sacármelos de encima, pero después vi que eso también era complicado. No me arrepiento, porque de ese matrimonio nació Alejandro (Samek, director teatral), mi hijo, es hoy un viejo amigo, casi un hermano. Pero me acuerdo que en el año 41 entré con él, que tenía dos años y medio, de la manito, al teatro La Máscara, cuando estaba en Moreno 1033. Ahí empecé a conocer este mundo del teatro y ahí entendí para qué sirve la cultura. Entendí que si yo había tenido el privilegio de recibir una buena educación también tenía la obligación de devolver y transmitir lo que había recibido.

- ¿Que había estudiado?
Me hicieron estudiar de todo, porque era hija única y mis padres tenían el sueño de la niña prodigio propia: música, danza, literatura, idiomas. Yo me miraba y me decía: “¿Para qué servirá este bagayo cultural que llevo encima?, ¿sólo para ornamentar mi persona?” Hasta que descubrí que lo podía poner al servicio de los demás. Las primeras clases de vocalización y expresión corporal en el teatro independiente las dicté yo.

- El teatro independiente era un medio ávido.
Había un clima cultural muy vinculado a la realidad de la época. Estaban Pablo Palant, Giusti, Leónidas Barletta. Encontré un mundo vivo, no una cultura de academia o de museo. Había polémica, había obreros autodidactas. Ahí escuché y vi las cosas más maravillosas de algunos seres en apariencia primarios pero de enorme lucidez.

- ¿Recuerda alguna anécdota puntual?
En la parte de atrás de la sala de La Máscara había un cartel que decía “El teatro será pueblo o no ser nada” (Romain Rolland). Y una vez en una discusión, mientras montábamos “El avaro”, de Molière, se levantó uno que era obrero y dijo: “Como dice ahí Ramón Royan....” A mí me conmovió porque para él era Ramón Royan, y el error no tenía ninguna importancia, porque lo que decía aquella frase le quedó grabado y lo hizo propio. Así empecé a entender para qué sirve la cultura.

- Y para qué sirve el teatro...
Muchos creen que el teatro es espectáculo, entretenimiento y nada más. Pero no, va mucho mas allá, porque aglutina a la gente, todos juntan sus ideales y la gente tiende a unirse detrás de una idea. Quedan pocas actividades con ese fermento; hasta el deporte perdió esa virtud. Ahora todo es enfrentamiento, competencia, negocio.

- El actor también es necesariamente competitivo y narcisista.
Pero cuando se compagina un proyecto teatral se impone escuchar a todos, armonizar las ideas contrapuestas porque si no, no se llega a ninguna parte. A propósito, recuerdo otra cosa que me marcó en el teatro La Máscara: se había pintado y arreglado todo, porque era la víspera del estreno. Y justamente la noche anterior el teatro se incendió, parece que por las chispas de una churrasquería que había al lado. Al día siguiente, llegamos y encontramos los escombros. Imaginate la desazón de la gente que había dejado horas de trabajo para armar esa obra y ese teatro. Nos fuimos al bar de la esquina a llorar un rato, a compartir el duelo y al rato uno dijo: “Ahora hay que sacar los escombros”. Y en seguida otro agregó: “Yo tengo un primo que tiene un camioncito”. Y otro: “Yo puedo traer palas de mi casa”. Y ahí nomás empezamos la reconstrucción. Al mes pudimos estrenar. Eso también me marcó. Aprendí a no sentir las batallas perdidas como una cosa definitiva, congelada. Hay que arremangarse y seguir.

- Aunque en aquella época, trabajar en el teatro independiente no significaba ganar dinero.
No sólo no ganábamos nada sino que, encima, teníamos la etiqueta de subversivos, comunistas, cualquier cosa. Es que trabajar sin ganar plata siempre fue sospechoso.

- ¿La gente de La Máscara tenía alguna filiación política?
Había de todo. En mi caso, yo siempre tuve una visión muy crítica de la política. Creo que me salvé por eso. Había gente muy de izquierda, eso sí. El mundo estaba en plena guerra y nosotros íbamos a ver los noticiarios todos juntos. Me acuerdo que una vez aparecieron imágenes de una manifestación donde la cara de Stalin aparecía en miles y miles de pancartas. Yo dije -ingenuamente, porque no tenía ninguna cultura política-: “Pero, ¡qué personalismo!, ¿cómo lo aguantan?” ¡Para qué! Me querían matar. Pero después todos se fueron dando cuenta.

- ¿Usted acompañó todas las mudanzas y vicisitudes de La Máscara?
Primero nos mudamos a Maipú 28 y ahí nos quedamos hasta el éxito de “El puente”, de Gorostiza, en el 49. Después, La Máscara se fue al Lassalle y yo, con (Pedro) Asquini y unos pocos actores más fundamos Nuevo Teatro, en el 50. Ahí empezó otra cosa, un teatro con contenido humanista, con interés sociológico pero no partidario. Por eso duró tanto Nuevo Teatro. Fue el último teatro del Movimiento Independiente que desapareció, y creo que fue por esa libertad de elección que teníamos. Algunos estaban más ligados a la izquierda, otros a la derecha, pero todos teníamos libertad para hacer teatro. A veces nos venían a preguntar por qué hacíamos determinada obra, si no aportaba a determinada ideología. La respuesta era que se hacía por sus valores. Sarmiento decía que el teatro es importante no sólo por las obras sino por los elementos que concurren en la representación. Todos crecíamos mientras trabajábamos. Y eso que eran épocas difíciles, porque cada uno vivía de otro trabajo y además aportaba al teatro. Ahora, eso ya no se puede hacer.

En busca del tiempo a recobrar
- ¿Es ésta una época más difícil que aquella?
Es más cruel. Por eso me preocupan tanto los jóvenes. Antes se trabajaba hasta las seis de la tarde y después se iba al teatro a ensayar, a ejercer la convivencia. Nos divertíamos mucho y éramos muy felices. ¡Cuánto nos hemos reído juntos! Después de los estrenos hacíamos una fiesta y siempre había algunos que hacían la caricatura de lo que habíamos hecho. (Enrique) Pinti me imitaba muy bien. Eran tiempos difíciles pero no teníamos esta visión trágica de la vida. Igual, yo sigo tratando de conservar el humor, es imprescindible para sobrevivir.

- ¿Añora su propia juventud?
Me gusta la juventud. Es como el río, que siempre se renueva. Pero no tengo resentimiento por la pérdida de mi propia juventud. Cada edad tiene su encanto y sus valores; de lo que estoy gozando ahora no podía haber gozado a los 30 años. Es natural el devenir de la vida; sé que pronto no voy a estar más, pero eso no me parece un conflicto. He hecho de la vida lo mejor que pude; elegí el camino que me hizo más feliz, aunque me tocó luchar mucho, en esa lucha encontré la alegría. Tener resentimiento es tiempo perdido, porque hay dos cosas contra las que me parece inútil luchar: la muerte y el tiempo. Y ya que no se puede luchar contra los obstáculos imposibles de vencer, luchemos por lo que sí se puede mejorar.


OLGA COSENTINO. Periodista, crítica e investigadora teatral. Es licenciada en Letras graduada en la Universidad del Salvador. Se desempeñó como redactora de la revista TEATRO, que edita el Teatro General San Martín de Buenos Aires, publicación
que también dirigió entre 1994 y 1996. Ha colaborado en distintas publicaciones especializadas como las revistas El Público, de Madrid; Espacio, Teatro al Sur y Teatro XXI, de Buenos Aires. Ejerció la crítica teatral en los diarios Página 12, El Cronista y Clarín, donde, además, dirige actualmente la sección Teatro.

 
 
Teatro CELCIT
AÑO 10. NÚMERO 17-18. ISSN 1851- 023X